Hay momentos en los que necesito sentarme a escribir para poder pararme a pensar. La vida nos lleva a menudo por caminos insospechados. Y quizás eso es la experiencia que tengo esta semana.
En plena celebración de la novena a la Inmaculada, metida de lleno en los preparativos para ese día grande para nosotras, Esclavas de María Inmaculada, acompañando a las junioras en el retiro previo a su renovación de votos, el dolor ha llamado a la puerta. Sorprendentemente, sin previo aviso… una hermana, en la plenitud madura de la vida, está en la UCI. Todo se remueve por dentro y me cuestiona, me inquieta, me pone en alerta. No me pregunto el porqué, sino el cómo: cómo ir dando la respuesta adecuada, cómo acompañar desde el silencio y la lejanía física, cómo acoger este golpe de la vida, cómo vivirlo con esperanza.
Y a todo ello me ayuda María. Ante Ella, en la pequeña capilla del Hospital, las palabras callaron en mí. Ella preguntó antes de responder, pero una vez pronunciado el ‘Hágase’, su vida fue un silencio fecundo que la condujo a decirnos: ‘Haced lo que El os diga’… Y El me dice que acoja el misterio de la vida, el sinsentido del dolor, el cansancio de la lucha diaria por dar vida… El me dice que junto a El nade debo temer, que no hay Luz sin Cruz, que El es la Vida.
Me siento extraña: tal vez algo hueca por dentro, pero envuelta en su ternura; tal vez decaida, pero con la certeza de que nada pasará sin que El lo quiera; tal vez cansada, pero serena y con paz.
Ante Tí, María, pongo su vida, nuestra vida, la de tu Congregación. Ayúdanos a darnos y servir como lo hiciste Tú: con alegría, sembrando la semilla del Amor; que nunca falte a nuestra mesa el vino de la alegría, del gozo, de la fiesta… Que nunca falte un sitio para El.