En el Evangelio de Mateo, en el texto que la Iglesia propone para iniciar la cuaresma, leemos: Tu Padre, que ve en lo secreto… tu Padre, que está en lo escondido… y me paro a pensar en esa gran certeza:
– La certeza de esa presencia de Dios oculta, callada, minúscula, aparentemente insignificante, en algo tan básico, tan elemental, tan común y cotidiano como es el pan, y un pan ácimo. Un pan que no necesita levadura para fermentar porque el fermento es la misma masa, el fermento está en su ser más profundo, el fermento es su esencia.
– La certeza de que El está ahí presente, mirándonos desde lo escondido, desde lo secreto, desde el Sagrario… observando los rincones más insignificantes de nuestra alma, contemplando nuestras mociones más íntimas.
– La certeza de que El mueve cada una de las fibras de nuestro corazón, de que es el motor que cada día se pone en movimiento en su presencia, que nos impulsa a caminar, a vivir, a amar…
Pensar en esta certeza me empuja a recitar la oración del Padrenuestro con otro sentido, haciendo más consciente la petición del pan de cada día… Me cuestiono qué es lo que yo, que tengo cada día pan en la mesa cuando tantos carecen de él, pido al expresar: Danos hoy nuestro pan de cada día…
El pan que pido es el pan de la Eucaristía, el pan de su Palabra, el pan de su Amor.
Pido el Pan de la comunión fraterna, de la solidaridad con los más desfavorecidos, de la búsqueda de la verdad y la justicia.
Pido el Pan de la vida digna, del trabajo estable, de la paz del corazón…
Quisiera, en esta cuaresma, poder acercarme cada día Al que ve todo en lo escondido, desde esa presencia callada que es el Sagrario, con la mirada limpia y el corazón anhelante de ser colmado con su Pan: que mi ayuno sea saciarme de El, mi oración encontrarle en los hermanos y mi limosna entregarme sin medida.
¡Feliz Cuaresma!