Navidad es…

Navidad es tiempo de sueños, de ilusiones y esperanzas.
Navidad es la culminación de un proyecto y el bosquejo de un programa. Culmina el Antiguo Testamento, se bosqueja el Nuevo.
Navidad es abrir el corazón a la Alianza de Amor entre Dios y cada uno de nosotros en la inexplicable sencillez de un recién nacido que va balbuceando nuestro nombre con bondad.
Navidad es el soplo del aliento de Dios en un Niño que desciende para palpar la tierra con las manos de los que menos cuentan, acariciarla con la ternura de una madre y abrazarla con la fortaleza de los pobres.
Navidad es navegar contracorriente, acoger la vulnerabilidad, valorar la diversidad, innovar la compasión, derrochar solidaridad, abrazar desde la fraternidad, darse hasta el final.
Navidad es nobleza, novedad, niñez…
Navidad es acogida, acompañamiento, ayuda…
Navidad es visita, valoración, vocación…
Navidad es invitación, imaginación, ilusión…
Navidad es decisión, dignificación, donación…
Navidad es amparo, abrigo, aliento, agasajo…
Navidad es Dios. Dios que se derrama, que se da, que se desborda de amor hacia nosotros. Es Dios que llama a nuestra puerta y nos tiende una mano en los pequeños, frágiles y desahuciados. Navidad es Dios que viene a nuestro encuentro y se hace compañero de nuestro camino.
Navidad es comprender que somos peregrinos, inmigrantes, forasteros, como El lo fue. Es reconocer que todos somos hermanos, amigos, vecinos… de Nazaret. Es sentir que no importa el color de la piel, las raíces de nuestros orígenes, el nombre de nuestro Dios ni la herencia de nuestra fe.
Navidad es acoger y acompañar la debilidad, es abrazar y acompasar la pobreza, es cobijar y hospedar la soledad, es albergar y arropar la penuria… es compartirnos con los demás.
Navidad es salir de nosotros mismos para entrar en los otros (los pequeños y los grandes, los ricos y los desheredados de la historia, las mujeres y los niños, los humildes y sencillos, los del centro y los de la periferia, los marginados y los agasajados, …) y poder descubrir que en ellos (como en ti y en mí) está el Otro, el que viene, el que se vuelve Niño, el que se ‘abaja’ para hacerse uno más entre tú y yo, entre nosotros y ellos… tan sólo porque nos ama a todos por igual.
¡Atrevámonos a arriesgarnos a vivir la Navidad en clave de Amor; amor sostenido por un Niño que es Dios!

Asunción

Un año más celebramos la Asunción de la Virgen al cielo, su reencuentro  con su Hijo Jesús.
Es también el momento en que Ella puede ver desvelado el rostro del Padre y se turba humildemente ante su presencia como aquel día en que el Espíritu la invadió con su sombra…
El Espíritu, que ha ido orientando y guiando cada paso de su camino, que ha ido dándole la fortaleza necesaria para llevar a cabo el proyecto de Dios, que la ha sostenido en los momentos de dificultad, es quien ahora la conduce ante el Padre y le muestra cuál es su misión, aquella que Jesús le confió en el momento sublime de su entrega: acompañar, velar e interceder por cada uno de nosotros.
A Ella nos dirigimos en este día y le presentamos nuestra pequeñez y fragilidad junto a nuestro ardiente deseo de vivir desde la sencillez y humildad, realizando el proyecto que Dios tiene preparado para cada una de nosotras: ser portadoras de esperanza, ser testigos del amor de Dios, ser artífices de su  paz.

«A tí, María, Asunta al Cielo, elevamos en este día nuestra plegaria.
Desde la presencia de Dios, mira nuestra pequeñez, abraza nuestra fragilidad, cúbrenos con tu manto y eleva al Padre nuestras súplicas…

Tu conoces nuestros corazones, sabes de nuestros miedos, de nuestras vacilaciones, pero también de nuestras ilusiones, anhelos y deseos…
Enséñanos a vivir abandonadas a la voluntad de Dios, acrecienta en nosotras los deseos de fidelidad, ayúdanos a crecer en coherencia con nuestra opción de vida, y acompaña nuestra misión en el proyecto del Reino de Dios.
Desde El, desde Dios Padre, con el Hijo y el Espíritu, vela por cada una de tus hijas, las que nos hemos hecho tus ‘Esclavas’ y queremos vivir la espiritualidad del ‘Hágase’, de la búsqueda incesante de la voluntad de Dios en el desempeño de la misión que, en consonancia con el carisma que el Espíritu suscitó a la Madre Juana María, El nos encomienda.
En tus brazos de Madre nos abandonamos. Amén.»

La Mare de Deu

Un año más la Mare de Deu nos convoca. Nos invita a vivir como Ella, a actuar como Ella, a ser como Ella…
Ella es amparo de los desamparados, cobijo de los que no tienen techo, alimento para quien tiene hambre, abrazo para los que viven en soledad, bálsamo para los que están heridos, sonrisa para los tristes, consuelo para los afligidos, fortaleza para los decaídos…
La Mare de Deu es palabra que alienta, manos que acarician, brazos que acogen, oídos que escuchan, hombros que sostienen, pies que acompañan el andar fatigado,  canto que alegra la vida, música que armoniza los afanes de cada día, ternura que estremece y conmueve el alma…
María es fuente de gozo, hontanar de alegría, manantial de esperanza…
Ella, María, la Mare de Deu, es quien mejor nos puede acercar a Jesús, quien nos enseña a vivir en su presencia, quien nos indica cómo hacer lo que El nos diga.
Ella es como yo quisiera ser: fiel discípula de Jesús.

¿Para quien soy?

La barca varada, el agua sosegada, el ocaso recién estrenado… acaba una jornada de trabajo, un día más de tantos días en los que la penumbra sucede al sol radiante, el descanso a la fatiga, el sosiego al ajetreo, el silencio al bullicio.
En la quietud de la noche, en la paz del Encuentro, en la soledad habitada, cuando rememoro lo vivido, lo hablado o callado, lo orado y celebrado… me pregunto ¿por quien lo he hecho?, ¿cuánto amor he puesto en cada una de mis acciones?, ¿para quien he vivido?… En definitiva: ¿para quien he sido?, ¿para quien soy?. O, formulado de otra manera: ¿Quién es el que da sentido a mi vivir?

Si no reconociera que El habita en lo más recóndito de mí, dando calor a los fríos papeles de un despacho, inoculando su ternura en cada uno de mis actos, iluminando cada día grisáceo, fecundando mis entrañas con su misericordia y compasión, impulsando cada gesto con el aliento de su Espíritu, orientando cada uno de mis pasos para encontrarle en los más frágiles y vulnerables, mitigando las zozobras, afianzando mis decisiones con su Palabra de Vida…; si no reconociera que El está ahí, siempre, invariablemente, imperceptiblemente a veces; si no reconociera que soy porque El es en mí, que avanzo porque El me lleva en sus brazos, que rezo porque El es mi oración… no sería quien soy, ni haría lo que hago, ni tendría sentido haber optado radicalmente por El.

¿Para quien soy? Creo que ya lo sabes…
¿Y tú? ¿Para quien eres? ¿Por quien quieres vivir tu vida?
Tal vez hoy, Dios te esté invitando a seguirle. ¡No lo dudes!

Pascua

Caminamos hacia la Pascua, hacia un nuevo amanecer, escribía hace unos días y, aunque parece que el tiempo se ha detenido, que las circunstancias no han cambiado, que la primavera parece no haber llegado… lo cierto es que la Pascua nos ha alcanzado con su sabor a pan recién horneado, con el olor de nardo anacarado y el color de azucena acrisolada, con el gorjeo de la alondra y el trinar de los jilgueros.  La Pascua ha llegado y nos ha envuelto con su luz resplandeciente, con su calidez esperanzada y su paz reverdecida.
Sí, es la Pascua, el día de la creación nueva y siempre renovada; el día en que se colman nuestras ilusiones, anhelos y esperanzas; el día de abrazar el alma, compartir la palabra y saborear las certezas.
Es la Pascua, el tiempo concluido y la promesa cumplida; la vida plena que vence la espera, que sacia la sed, que ciñe el amor, que vence al alba.
Es Pascua, es el paso de Dios entre la historia errada de una humanidad disgregada; es el susurro de Dios entre los sonidos discordantes de guerras y batallas; es la luz de Dios entre la oscuridad de tantas noches vejadas; es la brisa de Dios que airea el alma, despeja las dudas y alienta la espera; es la Palabra de Dios que grita callada con gestos derramados, con entregas sosegadas, con cantos jubilosos.
Es la Pascua… sí, la hora de la verdad, el día de la libertad, el tiempo de Dios entre los andares fatigados, los abrazos furtivos y los encuentros cautelosos.
Es Pascua: invitación a ser gesto fraterno, amor confiado, ¡Buena Noticia!…

Hágase

Al adentrarme en el misterio de la encarnación releyendo el relato de la anunciación o de la vocación de María, no puedo menos que pensar en el desbordamiento interior que viviría aquella joven nazarena al sentirse invitada por Dios a sellar con El la Nueva Alianza.

Pienso que sólo desde la sencillez de un corazón enamorado y abierto a la novedad del día a día es posible acoger el proyecto aparentemente descabellado de un Dios que quiere hacerse uno con y como nosotros.
Creo que esa fue la grandeza de María: su indudable disponibilidad y su abandono incondicional al querer de Dios. Sin ninguna duda el camino a recorrer no se preveía fácil; llegar a alumbrar al Hijo de Dios era la meta de un peregrinaje transitado entre incomprensiones, renuncias y despojo interior.
María, con su Hágase, se adentra en el Misterio de Dios y se deja envolver por su ternura hasta diluirse íntegramente y ser una con el Hijo que se gestaba en sus entrañas.
La excelsitud de María reside en su pequeñez, en su pureza, en su humildad; con su Fiat, María opta por ser de Dios y para Dios, decide morar en Dios, elige vivir desde Dios. Es El quien da sentido a su existir.

Hoy María nos invita a abrirnos al proyecto que Dios tiene diseñado para cada uno de nosotros y a dejarle delinearlo con nuestro abandono a su voluntad.
María nos anima a pronunciar, como Ella, con plena convicción: Hágase.
¡No lo dudemos, sólo así nuestra vida será plena!