En Ti, María

En Ti, María, se desborda el inmenso amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas.
En Ti, María, el misterio inefable e insondable de Dios se hace presencia latente y palpable.
En Ti, María, podemos contemplar la exuberancia de un Dios que se ha fijado en tu pequeñez y ha querido enaltecerte y ensalzarte.

En Ti, María, la vida se hace oración: esperanza confiada en un Dios para el que todo es posible; fe abandonada en un Dios que sabe lo que cada uno necesitamos; amor inapelable de Dios hacia cada uno de los pequeños de la historia.
En Ti, María, Dios sale a nuestro encuentro transitando nuestros caminos polvorientos; su misericordia se vuelve abrazo y caricia; su compasión se torna ternura y paciencia.
En Ti, María, Dios se hace uno con nosotros y Tu nos invitas a caminar tras sus huellas. En Ti encontramos la fortaleza para avanzar en nuestro camino de seguimiento de Jesús, siendo Esclavas tuyas desde la libertad de querer ser para El.
En Ti, María, podemos gestar un mundo nuevo de esperanza y de paz…

Davant de la Mare de Deu

¿Qué le dirías hoy, Juana María, a la Mare de Deu dels Desamparats? Creo que, aunque no lo cuenten las Crónicas, irías a menudo ante la Geperudeta a confiarle tus sueños, presentarle tus inquietudes, ofrecerle tus proyectos y pedirle por tus obreras…
Tu devoción a María tuvo que forjarse, necesariamente, delante de la Mare de Deu. Si tu madre te ofreció a Ella cuando eras muy niña, seguro que a menudo te llevaría a la Basílica para orar, agradecer y acompañar a la Virgen. Ahí, ante la protectora de los desamparados, se iría forjando tu anhelo de ser su esclava e, imitándola a Ella, proteger tu a las obreras, a esas mujeres tan desamparadas y necesitadas de un gesto de ternura, una palabra de ánimo y un abrazo con misericordia.
Pienso que en tus idas y venidas del Asilo hacia el Obispado para intentar convencer al cardenal Monescillo, una de tus paradas sería, ¡seguro!, ante la Mare de Deu…
Hoy, me gustaría, si me lo permites, poner palabras a tu oración:
«Mare de Deu, Virgen, Reina y Madre de los Desamparados, vengo a los pies de tu altar a implorarte por las jóvenes obreras que vagan extenuadas por caminos peligrosos y a las cuales quiero ofrecer una casa, donde, además de tener seguridad, puedan aprender a conoceros y quereros a Ti y a tu Hijo, y encontrar la dignidad que a menudo les es arrebatada…
Ablanda el corazón del cardenal; muéstrale la necesidad de mis obreras, y dispón su voluntad para que apruebe nuestra obra. Una obra que será más tuya que mía, pues sin Ti, sin tu protección y amparo, nada puedo.
Mare de Deu, acéptame como tu ‘esclava’ y muéstrame el camino a seguir. Mueve el corazón de otras jóvenes para que se unan a nuestro proyecto que, intuyo, será necesario a lo largo de los años… pues se me parte el corazón al ver que no puedo hacer lo que quisiera en favor de las obreras si no tengo quien nos ayude.
Concédeme, Madre, desempeñar fielmente la misión encomendada para que pueda glorificaros a Ti y a tu Hijo eternamente. Amén»

Esperanza

Alborea el primer día de la semana y unas mujeres caminan hacia el Calvario. Cerca de allí estaba el huerto en el que depositaron hace dos días el cuerpo de Jesús. Llevan aromas… El camino se hace largo y tortuoso, caminan desalentadas, abatidas; todo parece haberse acabado, sumirse en el vacío.
María, la Madre, no ha querido acompañarlas; ella permanece a la espera, ataviada como si alguien fuera a visitarla, con la lámpara encendida y el candor en la mirada. Ha estado así desde que, a duras penas, consiguieron apartarla del sepulcro: sumida en la oración; de vez en cuando las lágrimas se deslizan por sus mejillas, pero un halo de paz y serenidad la envuelve.
Mientras las mujeres preparan los aromas, Ella sonríe con complicidad; mientras ellas plañen en llanto amargo, María acaricia dulcemente los recuerdos de Jesús; mientras ellas preparan algo para comer, Ella ayuna esperando la Hora.
Vienen a su memoria tantos recuerdos… todas sus vivencias se van deslizando en su memoria comenzando por aquel día, más o menos por esa época del año, en que Gabriel le confió su misión hasta la cena de hace unos días donde ungieron a Jesús con perfume de nardo; ¡aún puede olerlo…!
María se siente feliz porque ha vivido la mejor de las experiencias que alguien puede vivir: conocer a Jesús. Ella le dio vida en sus entrañas, pero fue Jesús quien le mostró donde está la Vida. María le alimentó y le sostuvo en sus brazos, pero fue El quien sostenía su Fe y alimentaba su Esperanza. Ella le enseñó a hablar y a rezar, pero Jesús fue su mejor oración. María fue la Madre de Jesús y Jesús le enseñó a ser Hija de Dios…
Desgranando sus memorias, los recuerdos custodiados en su corazón, una suave brisa mece su alma y una ola de calor abraza su corazón. Una tenue fragancia llena la estancia. María comprende, se levanta con júbilo y se deja envolver por la Vida. No hay palabras, son innecesarias. Acaricia con ternura las huellas del dolor y las alivia con sus lágrimas de gozo. Entrelazan sus manos y María enhebra su vida con la de Jesús. Ya no se separarán jamás, aunque El parta hacia la Casa de su Padre…
Mientras, las mujeres encuentran la piedra corrida y el sepulcro vacío. Entonces comprenden la espera esperanzada de María. Y corren a abrazarla.
¡Feliz Pascua!

Con nombre de Mujer

La Navidad tiene para nosotros, los creyentes, un rostro clave, una mirada ineludible, un transitar inexplicable. Navidad se sobrescribe con nombre de mujer, de madre, de hermana, amiga, compañera de camino… Navidad se delinea con la novedad de María de Nazaret.
Y al acercarnos a María, como mujer embarazada, peregrina, pobre, humilde… Ella nos apremia a descubrir a nuestro alrededor a tantas mujeres que hoy viven situaciones ‘limite’ por estar embarazadas, andar en continuo peregrinaje huyendo de situaciones inhumanas, cargar sobre sus hombros la responsabilidad de alimentar y ayudar a crecer a sus hijos… Ella nos urge a volver nuestra mirada hacia las mujeres que soportan el cansancio y el agobio de la exclusión, la injusticia o la opresión…; nos exhorta a derramar nuestra compasión con las mujeres que sobreviven bajo el yugo de la explotación, la trata o la manipulación…
María es el espejo en el que todas ellas pueden verse reflejadas y sentirse alentadas para continuar bregando, muchas veces a contracorriente, en situaciones complejas, presionadas por la injusticia y la insolidaridad de quienes viven (o vivimos) instalados en la sociedad del bienestar.
Miro a mi alrededor y percibo esas imágenes de María con más frecuencia de la que me gustaría. Comparten con nosotras el día a día, con sus confusiones, sus luchas, sus incertidumbres; también con sus sueños, sus ilusiones, sus inquietudes… Me pregunto a menudo el porqué de su éxodo, de su peregrinar, de su abandono de lo conocido; las repuestas que encuentro no deberían existir: hambre, guerra, persecución, violencia, promesas incumplidas, corrupción, trata… ¡desesperación!
Como María, todas ellas quieren poner a salvo a sus hijos, aún a costa de arriesgar la vida. Hay un instinto de protección materna en todas ellas casi sobrenatural. Los deseos de salvación, de liberación, de seguridad, de tranquilidad, de paz, las abocan al riesgo más extremo, como lo asumió María. Ella arriesgó su vida (aceptando un embarazo de quien no era su marido, situándose al margen de la ley, siendo susceptible de ser lapidada) como tantas mujeres la arriesgan hoy por buscar una vida más digna, un entorno más justo, un cobijo seguro (María lo encontró en un establo).

En estas Navidades quiero brindar por tantas mujeres que hacen la opción de apostar por la vida que se gesta en sus entrañas, de cantar nanas entre los estruendos de la guerra, de abrazar con fuerza la soledad de la maternidad. Quiero brindar por las que deciden navegar en la noche entre fuertes marejadas, las que no se dejan vencer por la aridez de desiertos inhóspitos, las que se arriesgan a quedarse en el camino. Quiero brindar por las mujeres que, como María, cierran los ojos ante el peligro inminente asumiendo con valentía las consecuencias de sus opciones.
En estos días os invito a contemplar el misterio de la Navidad en los belenes vivientes que hay entre nosotros (muchos de ellos sin la figura protectora de José) y a apostar conmigo por las mujeres que se aferran a la más ínfima semilla de esperanza porque ‘para Dios nada hay imposible’.
¡FELIZ NAVIDAD!

La dormición

Siempre me ha atraído la celebración de la fiesta de la Asunción de la Virgen en medio del verano.
Cuando todo invita al descanso, al sosiego, a la tranquilidad… cuando de alguna manera nos dejamos llevar por la inercia, el letargo y la rutina del cambio de ritmo, surge la figura de María que nos invita a preguntarnos otras cosas. María, en la advocación de la Asunción, nos insta a volver la mirada hacia nuestro interior, hacia lo transcendente; nos apremia a replantearnos el sentido de nuestra vida, la fugacidad del tiempo y el uso que hacemos de él.
María sale a nuestro encuentro a mitad del verano para recordarnos que lo fundamental de la vida es responder con prontitud a la llamada de Dios.
Dicen de Ella que simplemente se durmió y partió hacia el encuentro con su Hijo. Su dormición fue el inicio de una nueva etapa: ser intercesora ante Dios de cada una de nuestras necesidades…
Celebrar esta fiesta es una llamada a no quedarnos dormidas, a mantener los ojos bien abiertos al paso de Dios a nuestro lado, a avivar nuestro corazón ante las necesidades de nuestros hermanos, a cultivar la esperanza en que ‘para Dios nada hay imposible’.
La Asunción de María es una invitación a sonreir, bendecir, acariciar, alabar y cantar con gozo al sabernos y sentirnos hijas de esta Madre que, desde que ‘se durmió’, vela nuestros sueños, custodia nuestras ilusiones y alienta nuestros anhelos…
¡Feliz día de la Virgen !

En tus manos María

Al mirarte esta tarde, María, mi corazón se estremece.
Celebramos tu Inmaculada Concepción en días próximos al nacimiento de tu Hijo. Todo tu ser vibraría emocionado pensando en contemplar su rostro, acariciar sus manos, mirarle embelesada…
¡Cuántas preguntas no bullirían en tu mente!, ¡cuánta inquietud callada, apagada, silenciada…!, ¡cuánta zozobra no habría en tu corazón de nazarena, en tu ser de mujer judía, en tu vida de recién desposada…!

Te lanzaste al vacío creyendo firmemente en la palabra de un mensajero que te dijo venía de parte de Dios; te abandonaste confiadamente a un proyecto humanamente irrazonable; te arriesgaste a ser tachada de… ‘atolondrada’. ¡Qué grande fue tu FE!

En este atardecer quisiera adentrarme en tu corazón de mujer joven y madura, en tu espíritu entregado y reservado, en tu alma limpia y transparente, y dejarme empapar por tu pureza, por tu candidez, por tu verdad…
Hoy quisiera pedirte, humildemente, que me des la mano y acompañes mi caminar, que guíes mis pasos que quieren ir tras tu Hijo, que me envuelvas bajo tu manto y cobijes mi vocación, para que, como Tu, mi vida se lance confiadamente al vacío, a ese vacío donde sólo habita Dios.

En este atardecer te pido por mi/tu Congregación, para que caminemos, esperemos y vivamos, como Juana María nos enseñó: con la mirada puesta en tu Hijo a través de Ti; para que descansemos en tu corazón de Madre, de Hija y de Esclava todas nuestras inquietudes y anhelos; para que aquellas y aquellos a quienes somos enviadas os descubran latiendo entre nosotras…

En tus manos, María, descansa nuestra vida. ¡Gracias!