2020

2020 se acaba y parece que todos respiremos… Dentro de unas horas estrenamos año: 2021. Y lo hacemos deseando que sea diferente, que realmente sea nuevo, que traiga con él el olvido de lo vivido, que borre las experiencias negativas, que venga lleno de salud.

Despedimos a 2020. Y me gustaría rescatar de él las experiencias positivas, lo que nos ha fortalecido, también la vulnerabilidad y fragilidad que en él hemos descubierto.
Sí, 2020 puede ser un aprendizaje y un hacernos caer en la cuenta de cuánto nos necesitamos unos a otros, de que somos seres en relación, de que la vida tiene sentido si la vivimos en comunión.
A mi, 2020 me ha ayudado a valorar el sentido de la fraternidad, a fortalecer la esperanza,  a consolidar mi fidelidad; me ha hecho caer en la cuenta de mi pequeñez y fragilidad, de la vulnerabilidad de tantas personas, de la fugacidad de la vida…
2020 me ha enseñado a vivir más pendiente de mi prójimo, más preocupada por sus necesidades, más cercana a sus debilidades… Ha avivado en mí la ternura, la compasión y la comprensión. Me ha hecho despertar a la necesidad que tenemos de sentirnos abrazados, de apoyar nuestra cabeza en un hombro amigo, de arroparnos en el calor del hogar (de la familia, de la comunidad).
2020 nos ha mostrado como una partícula invisible puede paralizar el mundo y sumirlo en la oscuridad. Pero ¡cuánto más poder tiene de movilizarlo la grandeza del amor que Dios nos tiene que cada día nos regala un nuevo amanecer…!
Acojamos al 2021 dejando que las enseñanzas del 2020 nos ayuden a humanizar nuestra cotidianeidad.
¡Feliz Año Nuevo!

Navidad con hondura

Dicen que la Navidad de este año será diferente, que no pueden haber reuniones familiares numerosas, ni celebraciones especiales, ni fiestas nocturnas… y tal vez ni Misa de Gallo ni campanadas de Año Nuevo, ni la noche mágica de Reyes.

Creo que puede ser una ocasión y una oportunidad para volver a lo fundamental, a lo esencial, y para celebrar lo que realmente significan estas fiestas y que, últimamente, para algunos, quizás, ha quedado un tanto relegado y/o desplazado: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, la manifestación suprema del amor de Dios hacia cada uno de nosotros, la expresión máxima de la ternura al contemplar la omnisciencia de la divinidad en la fragilidad y vulnerabilidad de un recién nacido…
Celebrar la Navidad es hacer memoria agradecida al recordar que Jesús vino a compartir su vida con nosotros. Vino y se quedó: se quedó en los sencillos, los pequeños, los humildes… se quedó en los pobres de espíritu. Se quedó, permanece entre nosotros, camina al paso de nuestro andar a veces distraído y nos invita a descubrirle en tantas vidas ‘apagadas’ por los ruidos de músicas estridentes, por las luces intermitentes, por miradas indiferentes, por prisas indefinidas…
Jesús se hace presente estas navidades (y las anteriores y las futuras) en aquellos que vienen de lejos dejando atrás un presente sin futuro, en los que cada día luchan por sobrevivir y/o vivir eclipsando el dolor de pérdidas inexplicables, en aquellos que han perdido el trabajo y con ello la dignidad de traer cada día el pan a la mesa, en los que se arriesgan entre las marejadas subidos a una patera o un cayuco sin un horizonte o un rumbo fijo, en los que viven a nuestro lado compartiendo su día a día con nosotros y cuyas heridas y/o alegrías tal vez nos pasan desapercibidas… Se hace presente con maneras y formas inexplicables, como ocurrió en la primera Navidad: ¡¿quién iba a pensar que la grandeza de Dios podría sumergirse en la pequeñez de un recién nacido?!
Aprovechemos este año menos bullicioso, menos concurrido, más recogido, la oportunidad de recuperar el sentido más hondo de la Navidad, aquel que nos conecta con nuestro yo más profundo y nos impulsa a correr hacia el pesebre donde yace un pequeño envuelto en pañales extendiendo su mano para ‘tocar’ nuestro corazón y volver nuestra mirada hacia la hondura del alma; aquel que nos lanza hacia la fragilidad y vulnerabilidad de nuestros contemporáneos donde alguien nos tiende la mano y nos pide descansar en nuestro regazo, apoyarse en nuestro hombro, acunarse en nuestros brazos.
Quizás sean estas Navidades la oportunidad para restañar heridas, para restaurar debilidades, para renovar nuestros compromisos con nuestra familia, nuestra comunidad, nuestros amigos, vecinos, conocidos y desconocidos.
Quizás sean estos días la ocasión para descubrirnos sumergidos entre las pajas de un pesebre dando cobijo al Dios con nosotros, al Dios que cada ser humano alberga en su corazón.
¡Feliz Navidad!

En Ti, María

En Ti, María, se desborda el inmenso amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas.
En Ti, María, el misterio inefable e insondable de Dios se hace presencia latente y palpable.
En Ti, María, podemos contemplar la exuberancia de un Dios que se ha fijado en tu pequeñez y ha querido enaltecerte y ensalzarte.

En Ti, María, la vida se hace oración: esperanza confiada en un Dios para el que todo es posible; fe abandonada en un Dios que sabe lo que cada uno necesitamos; amor inapelable de Dios hacia cada uno de los pequeños de la historia.
En Ti, María, Dios sale a nuestro encuentro transitando nuestros caminos polvorientos; su misericordia se vuelve abrazo y caricia; su compasión se torna ternura y paciencia.
En Ti, María, Dios se hace uno con nosotros y Tu nos invitas a caminar tras sus huellas. En Ti encontramos la fortaleza para avanzar en nuestro camino de seguimiento de Jesús, siendo Esclavas tuyas desde la libertad de querer ser para El.
En Ti, María, podemos gestar un mundo nuevo de esperanza y de paz…

Velad

¡Velad! es la invitación apremiante que nos hace hoy Jesús. ¡Velad! es también una palabra que define al Adviento.
Y velad es un imperativo actual para preservar la salud.
Sí. Parece que el permanecer en vela, alertas, de alguna manera esté hoy de moda. Pero tal vez tendríamos que preguntarnos por qué velamos o por qué estamos alerta, qué vigilamos o de qué nos distanciamos… En fin, tal vez velamos porque tenemos miedo.
Sí. Quizás el miedo al Covid-19, a perder la salud física, nos esté llevando a deshumanizar las relaciones, a romper los lazos de cercanía, amistad, acogida, escucha, diálogo… con quienes a diario nos relacionamos.
Quizás preservar la salud se esté convirtiendo en el centro de nuestra vida cotidiana y restando espacios a esos momentos mágicos de encuentro con el Otro y con los otros, a esos momentos que realmente nos dan ‘salud’ porque nos conectan con nuestro centro más recóndito y nos hacen vibrar de verdad por algo o Alguien importante para nosotros.
Quizás la invitación de Jesús en este adviento sea velar por no perder el horizonte de nuestra existencia, velar por ‘cuidar’ a los otros a través de unas relaciones más ‘cercanas’ (sin saltarnos las normas sanitarias), velar por descubrir en las estrellas que alumbran la noche la Estrella que nos llevará hasta El…
¡Feliz Adviento! Sigue velando por mí, como yo velo por ti…

Perseverar en fidelidad

Acabamos de celebrar la Eucaristía de renovación de votos, como tradicionalmente hacemos cada año todas las hermanas el 8 de septiembre, y salgo de ella con una gran sensación de plenitud al experimentar, una vez más, la fidelidad de Dios con cada una de nosotras.
Si de algo estoy plenamente segura es de que sólo la fidelidad de Dios, su fe en mí, su amor incondicional y perseverante, a pesar de mis debilidades, es la que posibilita mi entrega, mi perseverancia, mi fidelidad.
Sólo cuando nos sentimos amadas en plenitud podemos dar y darnos; y el amor pleno procede de Dios y a El debe tornar. Y retorna cuando se hace entrega generosa, pan partido y compartido, mano extendida, abrazo consolador, palabra cordial, silencio cercano, vida desmigada…
A cultivar esas actitudes nos enseñan María, la Mujer fiel que vivió con radicalidad su opción (Hágase en mí), y la Madre Juana María, mujer que perseveró en el empeño de dar vida a la intuición de su corazón, al soplo del Espíritu, dejando a Dios cincelar su corazón.
Hoy he renovado mis votos con la certeza de que sólo desde la perseverancia en la fidelidad mi vida es aquello para lo que ha sido llamada y a lo cual he optado desde la libertad: Esclava de María Inmaculada.

Descendiendo

Casi desde los inicios del confinamiento, por proteger a nuestras Hermanas mayores, en mi comunidad rezamos en el coro de la Capilla, lo cual supone un cambio de perspectiva visual, que debería conducirnos a un cambio de perspectiva espiritual.
Estamos acostumbradas a fijar durante los tiempos de oración nuestra mirada en el Sagrario, un Sagrario que, en la mayoría de las capillas e iglesias, suele estar más o menos a la altura de nuestros ojos o algo más elevado; en ese caso nuestra oración se eleva, en el sentido más literal de la palabra, a Dios, a un Dios que desde lo ‘alto’, desde el cielo acoge nuestra plegaria y derrama sobre nosotros su bendición…
Orar mirando hacia bajo me conduce a dos reflexiones:
. la primera es el ‘abajamiento’ de Dios. Dios se hace uno con los más pequeños, frágiles y vulnerables, con los que no cuentan, con los que siempre están ‘abajo’, muchas veces porque no les damos la oportunidad de ‘subir’… Dios comparte su camino con ellos y desde ellos me tiende su mano suplicante avivando mi sosiego, despertando mi conciencia, sacudiendo mis entrañas.
. la segunda es que yo también debo ‘bajarme’ para poder hacer historia de salvación con quien camina por cañadas escarpadas, por valles quebrados, con andares extenuados y pasos vacilantes. Bajarme para ser uno con ellos y con el Dios que se ha fijado en mí y me quiere pan compartido, palabra callada, ternura y abrazo.
Desde el Sagrario mi mirada se desliza por la Capilla hasta detenerse en la arqueta con los restos de Juana María. ¡Qué bien entendiste, Madre, este mensaje! Tu no dudaste en ‘bajar’ de tu tartana y caminar paso tras paso con tus obreras, compartiendo su fatiga, alentando su ilusión, fortaleciendo su esperanza…
   ¡Dios de la historia, Madre Juana María, enseñadme a vivir descendiendo!
Y tú, ¿cómo quieres vivir? ¿Te animas a descender con nosotras, Esclavas de Maria?