En tus manos María

Al mirarte esta tarde, María, mi corazón se estremece.
Celebramos tu Inmaculada Concepción en días próximos al nacimiento de tu Hijo. Todo tu ser vibraría emocionado pensando en contemplar su rostro, acariciar sus manos, mirarle embelesada…
¡Cuántas preguntas no bullirían en tu mente!, ¡cuánta inquietud callada, apagada, silenciada…!, ¡cuánta zozobra no habría en tu corazón de nazarena, en tu ser de mujer judía, en tu vida de recién desposada…!

Te lanzaste al vacío creyendo firmemente en la palabra de un mensajero que te dijo venía de parte de Dios; te abandonaste confiadamente a un proyecto humanamente irrazonable; te arriesgaste a ser tachada de… ‘atolondrada’. ¡Qué grande fue tu FE!

En este atardecer quisiera adentrarme en tu corazón de mujer joven y madura, en tu espíritu entregado y reservado, en tu alma limpia y transparente, y dejarme empapar por tu pureza, por tu candidez, por tu verdad…
Hoy quisiera pedirte, humildemente, que me des la mano y acompañes mi caminar, que guíes mis pasos que quieren ir tras tu Hijo, que me envuelvas bajo tu manto y cobijes mi vocación, para que, como Tu, mi vida se lance confiadamente al vacío, a ese vacío donde sólo habita Dios.

En este atardecer te pido por mi/tu Congregación, para que caminemos, esperemos y vivamos, como Juana María nos enseñó: con la mirada puesta en tu Hijo a través de Ti; para que descansemos en tu corazón de Madre, de Hija y de Esclava todas nuestras inquietudes y anhelos; para que aquellas y aquellos a quienes somos enviadas os descubran latiendo entre nosotras…

En tus manos, María, descansa nuestra vida. ¡Gracias!

Evocación

Es noviembre, mes en el que honramos a nuestros seres queridos que ya gozan de la paz sin fin…
Esta tarde hemos ido al cementerio. No soy muy adicta a estas visitas, pero de vez en cuando siento el deber de ir.
Aunque sé, estoy plenamente convencida, que allí no hay nada de lo que fue.
Y es que cuando pienso o evoco a alguien que está ya lejos… los recuerdos que más resuenan en mi corazón no son tanto las imágenes físicas, sino más bien las sensaciones, la impronta de ellos que ha quedado tallada en mi alma, la fracción de tiempo vivida y sentida en comunión, las huellas que han zarandeado mi existir…
Al pensar en quienes han compartido conmigo un tramo del camino de mi vida, evoco las palabras, los gestos, los sentimientos… ese sabor agridulce de los soplos de beatitud que ya no volveremos a saborear, aquí, juntos/as… pero cuyo recuerdo me custodia y sostiene.
Hoy evoco de un modo especial a las Hermanas que iniciaron esta aventura de seguir a Dios y amarle en las mujeres obreras, a las Hermanas que se dejaron cautivar por el entusiasmo, el ardor y la pasión de Juana Condesa Lluch, a las Hermanas que a través de los años han ido fortaleciendo este proyecto (nuestra Congregación) tejiendo el Reino, a las Hermanas que hoy, desde lo Alto, van alentando nuestras vidas…
Por todas ellas, hoy elevo a Dios mi plegaria, mi canto agradecido… así como el suave zureo de las aves se eleva hacia lo Alto.

Enardecer el corazón

«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» es la pregunta que se hacen los peregrinos de Emaús, después de reconocer a Jesús.
Quizás también Jesús nos tildaría a nosotros hoy de torpes y necios para creer lo que dicen las Escrituras de El; nos tacharía de incrédulos y escépticos porque seguimos necesitando signos para descubrirle presente entre nosotros, para sentir, palpar y gustar su presencia evidente entre nuestro cotidiano vivir…
Sí, es cierto. Decimos que creemos en El, que le vemos en los acontecimientos de cada día, que le sentimos caminar con nosotros, a nuestro lado… pero cuando al llegar la noche vuelvo la mirada hacia lo vivido, sentido, hablado y orado a lo largo del día muchas veces caigo en la cuenta de lo poco que me he dejado guiar, orientar, aconsejar y acompañar por El…
Tal vez nos pase, al menos a mí, como a los discípulos de Emaús, que necesitamos un signo evidente que nos haga caer en la cuenta de que es El quien nos guía, nos orienta, acompaña, alienta, empuja… en nuestros quehaceres cotidianos; tal vez necesitamos ese abrazo de ternura, esa mirada entrañable, ese susurro tenue que enardezca nuestro corazón y nos haga correr para anunciar que le hemos visto, que vive entre nosotros…

En estos días de Pascua, te pido Señor me ayudes a desvelar los signos evidentes de tu presencia en mi vida; que al partirte para mí en el Pan de la Eucaristía sacies mi hambre de tí; que tu Palabra de Vida, escuchada y orada, enardezca mi corazón y se traduzca en gestos de tu amor hacia mis hermanos y hermanas…

Hacerse pan

panSin duda alguna hoy Jesús nos invita a la vida consagrada a hacernos pan. A ser como el pan que se parte y se reparte, pan que se entrega a los demás, que se multiplica al dividirse, al compartirse, al repartirse. Pan que adquiere su sabor en la entrega oblativa, generosa, desprendida. Pan que sacia el hambre, que alimenta el cuerpo y alienta el espíritu.

En esta fiesta del ‘Corpus’, en que conmemoramos de un modo especial y particular la Eucaristía, el ‘hacerse pan’ de Jesús, su entrega por amor, somos invitadas a reproducir en nuestra historia personal, comunitaria y congregacional, el milagro de la multiplicación de los panes.

Me llama la atención en este relato el gesto de la bendición que hace Jesús sobre los panes antes de partirlos y repartirlos. La fuerza del relato (para mí) está en la bendición que hace posible la multiplicación. Jesús nos invita a vivir nuestra vida en clave de bendición para podernos multiplicar. Y… ¿dónde expresar mejor esa bendición que en la comunidad?

Para poder saciar el hambre de la multitud, Jesús les invita a sentarse en grupos, les invita a hacer comunidad, porque en la comunidad la calidad del pan se enriquece, adquiere el sabor de los dones de cada hermano/a; en la comunidad, al bendecirnos mutuamente y bendecir el pan, se multiplican nuestras fuerzas, se amasan nuestras vidas y se cuece una hogaza capaz de saciar el hambre, el hambre de pan, de calor, de esperanza, el hambre de Dios que (quizás sin saberlo) tiene nuestro mundo; en la comunidad, al poner cada una sobre la mesa nuestra vida en clave de bendición, de gratuidad, de oblación, va creciendo y enriqueciéndose la masa y adquiriendo la capacidad de multiplicarse, para poder partirse y repartirse, como hizo Jesús.

Hagámonos pan como Jesús, entregando la vida en clave de Eucaristía, de acción de gracias, de bendición. Partamos y repartamos nuestras vidas como el pan que, al dividirse, al compartirse, se multiplica.

Geperudeta

marededeu Ayer fui a visitar a nuestras hermanas ‘mayores’; me acompañaba una hermana que hace poco se incorporó a nuestra comunidad después de estar varios años misionando en Chile. Hacía tiempo que ella no veía a estas hermanas; algunas de las cuales cuando ella se fue estaban aún en activo.

Fue emotivo el reencuentro: el abrazo fraterno y sincero que se dieron, las sonrisas que iluminaban sus rostros, las palabras evocadoras de momentos del pasado que pronunciaron… Para todas ha  pasado los años (también para mí). Sus cuerpos están fatigados, sus fuerzas gastadas; sus pasos son lentos, las voces apenas se oyen; pero las sonrisas ilusionadas por el encuentro y las miradas de ternura al contemplar sus cuerpos ya derrotados por la entrega de la vida día tras día en la misión encomendada, me hizo sentir reconfortada; fue como un bálsamo restaurador de la fatiga acumulada y un experimentar que la vida vivida con intensidad (como la han vivido estas Hermanas) ¡vale la pena!…

Sus cuerpos me recuerdan a menudo a la Geperudeta, la patrona de Valencia, la Mare de Deu dels Desamparats. Están inclinados hacia delante como esta bella imagen, que hoy honran los valencianos; ellas han mirado tanto en sus vidas por los otros, por las otras: las obreras, las niñas, las ‘chicas’ de las Residencias, la gente del pueblo… que ya el cuerpo las lleva, como por inercia, a la entrega, al servicio, al darse. Darse generosamente, servir hasta el último momento, entregarse oblativamente…

Fue un día emotivo que ensanchó mi corazón; y una vez más, al verlas desgranar sus vidas en la oración de la tarde, todas juntas sentadas ante el Sagrario y unidas en la plegaria, bajo la atenta mirada de María Inmaculada, sentí que la vida solo tiene sentido si se entrega, si se da, si es para los demás.

¡Gracias, Hermanas! Que vuestros cuerpos inclinados, como el de la Geperudeta, sigan siendo ejemplo y estímulo para cada una de nosotras para que vivamos dando vida, entregándonos sin medida…