Davant de la Mare de Deu

¿Qué le dirías hoy, Juana María, a la Mare de Deu dels Desamparats? Creo que, aunque no lo cuenten las Crónicas, irías a menudo ante la Geperudeta a confiarle tus sueños, presentarle tus inquietudes, ofrecerle tus proyectos y pedirle por tus obreras…
Tu devoción a María tuvo que forjarse, necesariamente, delante de la Mare de Deu. Si tu madre te ofreció a Ella cuando eras muy niña, seguro que a menudo te llevaría a la Basílica para orar, agradecer y acompañar a la Virgen. Ahí, ante la protectora de los desamparados, se iría forjando tu anhelo de ser su esclava e, imitándola a Ella, proteger tu a las obreras, a esas mujeres tan desamparadas y necesitadas de un gesto de ternura, una palabra de ánimo y un abrazo con misericordia.
Pienso que en tus idas y venidas del Asilo hacia el Obispado para intentar convencer al cardenal Monescillo, una de tus paradas sería, ¡seguro!, ante la Mare de Deu…
Hoy, me gustaría, si me lo permites, poner palabras a tu oración:
«Mare de Deu, Virgen, Reina y Madre de los Desamparados, vengo a los pies de tu altar a implorarte por las jóvenes obreras que vagan extenuadas por caminos peligrosos y a las cuales quiero ofrecer una casa, donde, además de tener seguridad, puedan aprender a conoceros y quereros a Ti y a tu Hijo, y encontrar la dignidad que a menudo les es arrebatada…
Ablanda el corazón del cardenal; muéstrale la necesidad de mis obreras, y dispón su voluntad para que apruebe nuestra obra. Una obra que será más tuya que mía, pues sin Ti, sin tu protección y amparo, nada puedo.
Mare de Deu, acéptame como tu ‘esclava’ y muéstrame el camino a seguir. Mueve el corazón de otras jóvenes para que se unan a nuestro proyecto que, intuyo, será necesario a lo largo de los años… pues se me parte el corazón al ver que no puedo hacer lo que quisiera en favor de las obreras si no tengo quien nos ayude.
Concédeme, Madre, desempeñar fielmente la misión encomendada para que pueda glorificaros a Ti y a tu Hijo eternamente. Amén»

Gratitud

Gratitud, ánimo, fatiga y alabanza son las cuatro palabras con las que el Papa Francisco nos interpela a la vida consagrada en esta Jornada Mundial de oración por las Vocaciones.
Palabras que hoy quiero llevar a mi vida y redescubrir cómo las estoy viviendo.
Cada día es una nueva oportunidad para agradecer a Dios el don de la vida, de la vocación, para vivir con gratitud su llamada a formar parte de esta pequeña/gran familia en la que puedo entregar y aportar lo que El generosamente ha puesto en mí para hacerme entrega oblativa. Llamada a vivir con ánimo, con entusiasmo, a realizar con alegría la misión encomendada al estilo de la Madre Juana María, acogiendo, acompañando y alentando el caminar de tantas mujeres que, a veces, van desorientadas y sin rumbo.
El compromiso adquirido con Dios a veces lleva intrínseca la fatiga, nos dice el Papa, debido a que tendemos a confiar más en nuestras fuerzas que a dejarnos llevar, conducir, guiar por El; abandonarme en los brazos de Dios y dejar que El meza con ternura mi vida es quizás lo más difícil y lo más necesario, pues sólo desde ese dejar que sea El en mí, sólo desde el Hágase, podré responder en plenitud a la vocación para la que El me ha elegido, hacer de mi vida un canto de alabanza y ser bálsamo que restañe las heridas de quienes comparten conmigo su vivir.
Seguir a Jesús para mí es adentrarme en una apasionante aventura en la que la alegría de vivir desde Dios empaña todas las incertidumbres; y en la que la brisa suave del Espíritu va colmando mi alma de gozo…
Y tú, ¿te decides a vivir esta aventura?

Al partir el pan

‘Lo habían reconocido al partir el pan’ son las palabras con las que concluye el Evangelio de hoy. Con un sencillo e insignificante gesto que tan acostumbrados estamos a ver hacer a nuestras madres…
Es el gesto de quien se preocupa por el otro, de quien vela porque a quienes están a su cuidado no les falte lo necesario: el pan, el alimento…
Así fue Jesús con sus discípulos, con sus amigos, con quienes le seguían (recordemos el Evangelio del viernes donde se nos narra la multiplicación de los panes y los peces), y así sigue siendo hoy con cada uno de nosotros.
En este tiempo de confinamiento, de reclusión, pienso en las personas que, debido a las circunstancias que se están dando, han perdido su trabajo, su fuente de ingresos, y con ello la posibilidad de llevar el pan a la mesa. Y me pregunto cuál es mi respuesta (como cristiana, como consagrada) ante las situaciones que contemplo, y en qué me reconocerán a mí…
No es fácil dar una respuesta, no.
Creo que, como a Jesús, deberían reconocerme al partir el pan: al compartir mi tiempo, al brindar una sonrisa, al tender una mano, al decir una palabra de aliento, al prestar mi hombro, al ofrecer comprensión, al escuchar su dolor, al invitar a la esperanza, al elevar una plegaria…  Ese es mi ‘pan’, lo que Dios ha puesto al alcance de mi mano para compartir-me, para partir-me, para repartir-me: estar sencillamente junto al que sufre, sentarme a la mesa con él y brindarle mi amistad.
¡Ojalá pueda enardecer el corazón de quienes comparten conmigo su caminar, como les pasó a los discípulos de Emaús y como les acaeció a las obreras a quienes acompañó, en sus idas y venidas por el camino de las Moreras, la Madre Juana María!
Y tú, ¿cómo quieres que te reconozcan?

Esperanza

Alborea el primer día de la semana y unas mujeres caminan hacia el Calvario. Cerca de allí estaba el huerto en el que depositaron hace dos días el cuerpo de Jesús. Llevan aromas… El camino se hace largo y tortuoso, caminan desalentadas, abatidas; todo parece haberse acabado, sumirse en el vacío.
María, la Madre, no ha querido acompañarlas; ella permanece a la espera, ataviada como si alguien fuera a visitarla, con la lámpara encendida y el candor en la mirada. Ha estado así desde que, a duras penas, consiguieron apartarla del sepulcro: sumida en la oración; de vez en cuando las lágrimas se deslizan por sus mejillas, pero un halo de paz y serenidad la envuelve.
Mientras las mujeres preparan los aromas, Ella sonríe con complicidad; mientras ellas plañen en llanto amargo, María acaricia dulcemente los recuerdos de Jesús; mientras ellas preparan algo para comer, Ella ayuna esperando la Hora.
Vienen a su memoria tantos recuerdos… todas sus vivencias se van deslizando en su memoria comenzando por aquel día, más o menos por esa época del año, en que Gabriel le confió su misión hasta la cena de hace unos días donde ungieron a Jesús con perfume de nardo; ¡aún puede olerlo…!
María se siente feliz porque ha vivido la mejor de las experiencias que alguien puede vivir: conocer a Jesús. Ella le dio vida en sus entrañas, pero fue Jesús quien le mostró donde está la Vida. María le alimentó y le sostuvo en sus brazos, pero fue El quien sostenía su Fe y alimentaba su Esperanza. Ella le enseñó a hablar y a rezar, pero Jesús fue su mejor oración. María fue la Madre de Jesús y Jesús le enseñó a ser Hija de Dios…
Desgranando sus memorias, los recuerdos custodiados en su corazón, una suave brisa mece su alma y una ola de calor abraza su corazón. Una tenue fragancia llena la estancia. María comprende, se levanta con júbilo y se deja envolver por la Vida. No hay palabras, son innecesarias. Acaricia con ternura las huellas del dolor y las alivia con sus lágrimas de gozo. Entrelazan sus manos y María enhebra su vida con la de Jesús. Ya no se separarán jamás, aunque El parta hacia la Casa de su Padre…
Mientras, las mujeres encuentran la piedra corrida y el sepulcro vacío. Entonces comprenden la espera esperanzada de María. Y corren a abrazarla.
¡Feliz Pascua!

Sueños

En medio de la Cuaresma surge, casi imperceptible en muchos lugares, la figura de san José.
Este año, de un modo particular, va a pasar su día casi sin darnos cuenta. Y es que la realidad cotidiana en la que andamos sumergidos hace que pasen de largo muchas de las cosas que, en otros momentos, serían relevantes.
Hoy celebramos la fiesta de nuestro co-patrón.
Celebramos también el día de las Junioras en recuerdo del aniversario de los primeros votos de nuestra Madre Juana María y sus compañeras Teresa y Rita.
Hace 125 años, cuentan las Crónicas de nuestra Congregación, un 19 de marzo de 1895, en la Capilla del Palacio Arzobispal, emitían sus primeros Votos las Hermanas Juana María, Teresa de Jesús y Rita de San José.
Se empezaba a escribir una nueva página del libro de nuestra historia, bajo la atenta mirada de san José, cuya vida callada fue para ellas ejemplo y estímulo del camino a recorrer. Como él custodió las vidas de María y Jesús, ellas, Juana, Teresa y Rita, quisieron custodiar el caminar de tantas obreras necesitadas de una mano amiga, una mirada comprensiva, una palabra de aliento, un hombro donde descansar…
Sus vidas fueron un sí al querer de Dios;  fueron una respuesta fiel a la llamada recibida; fueron una entrega de y al Amor incondicional.
Hoy, desde estas humildes líneas, quiero decirte Madre Juana María: ¡Gracias! Gracias porque supiste dejarte llevar por la intuición de tu corazón, por tus sueños de mujer, por tu entusiasmo juvenil… descubriendo en todo ello el querer de Dios. Gracias porque te abandonaste en sus brazos y le dejaste las riendas de tu vida. Gracias por vivir en fidelidad al proyecto de Dios para ti y para las obreras…
También te pido que acompañes nuestro caminar para que, siguiendo tu ejemplo, estimulemos a muchas jóvenes a vivir su proyecto de vida en tu Congregación.

Hoy, celebrando este día desde el silencio y la oración, quiero como san José y Juana María, soñar los sueños de Dios y hacerlos realidad. ¡Feliz día!

Con nombre de Mujer

La Navidad tiene para nosotros, los creyentes, un rostro clave, una mirada ineludible, un transitar inexplicable. Navidad se sobrescribe con nombre de mujer, de madre, de hermana, amiga, compañera de camino… Navidad se delinea con la novedad de María de Nazaret.
Y al acercarnos a María, como mujer embarazada, peregrina, pobre, humilde… Ella nos apremia a descubrir a nuestro alrededor a tantas mujeres que hoy viven situaciones ‘limite’ por estar embarazadas, andar en continuo peregrinaje huyendo de situaciones inhumanas, cargar sobre sus hombros la responsabilidad de alimentar y ayudar a crecer a sus hijos… Ella nos urge a volver nuestra mirada hacia las mujeres que soportan el cansancio y el agobio de la exclusión, la injusticia o la opresión…; nos exhorta a derramar nuestra compasión con las mujeres que sobreviven bajo el yugo de la explotación, la trata o la manipulación…
María es el espejo en el que todas ellas pueden verse reflejadas y sentirse alentadas para continuar bregando, muchas veces a contracorriente, en situaciones complejas, presionadas por la injusticia y la insolidaridad de quienes viven (o vivimos) instalados en la sociedad del bienestar.
Miro a mi alrededor y percibo esas imágenes de María con más frecuencia de la que me gustaría. Comparten con nosotras el día a día, con sus confusiones, sus luchas, sus incertidumbres; también con sus sueños, sus ilusiones, sus inquietudes… Me pregunto a menudo el porqué de su éxodo, de su peregrinar, de su abandono de lo conocido; las repuestas que encuentro no deberían existir: hambre, guerra, persecución, violencia, promesas incumplidas, corrupción, trata… ¡desesperación!
Como María, todas ellas quieren poner a salvo a sus hijos, aún a costa de arriesgar la vida. Hay un instinto de protección materna en todas ellas casi sobrenatural. Los deseos de salvación, de liberación, de seguridad, de tranquilidad, de paz, las abocan al riesgo más extremo, como lo asumió María. Ella arriesgó su vida (aceptando un embarazo de quien no era su marido, situándose al margen de la ley, siendo susceptible de ser lapidada) como tantas mujeres la arriesgan hoy por buscar una vida más digna, un entorno más justo, un cobijo seguro (María lo encontró en un establo).

En estas Navidades quiero brindar por tantas mujeres que hacen la opción de apostar por la vida que se gesta en sus entrañas, de cantar nanas entre los estruendos de la guerra, de abrazar con fuerza la soledad de la maternidad. Quiero brindar por las que deciden navegar en la noche entre fuertes marejadas, las que no se dejan vencer por la aridez de desiertos inhóspitos, las que se arriesgan a quedarse en el camino. Quiero brindar por las mujeres que, como María, cierran los ojos ante el peligro inminente asumiendo con valentía las consecuencias de sus opciones.
En estos días os invito a contemplar el misterio de la Navidad en los belenes vivientes que hay entre nosotros (muchos de ellos sin la figura protectora de José) y a apostar conmigo por las mujeres que se aferran a la más ínfima semilla de esperanza porque ‘para Dios nada hay imposible’.
¡FELIZ NAVIDAD!