Para que tengan Vida

Al alborear el alba las mujeres se pusieron en camino…  
Quizás como un día más, fueron las primeras en abrir las ventanas y respirar el aire limpio de la mañana. Sin acabar de asimilar aún lo ocurrido, con el dolor lacerando el alma, otearon el horizonte en busca de una nube que derramara sus lágrimas para restañar las heridas.
Y al llegar al sepulcro, una luz viva ofuscó su mirada y no encontraron más que los rastros del absurdo sinsentido acaecido: una piedra corrida, unos lienzos tendidos y una fría losa que ardía más que el sol…
Al alborear el día, triunfó la Vida. Al romper el día se desvanecieron los temores. Al despuntar la mañana el gozo se abrió paso en el corazón.
Y entonces, solo ellas comprendieron (porque solo ellas tuvieron el coraje de acudir al sepulcro desafiando a los romanos) que Su misión fue que tuvieran Vida. Todos y todas. Que todo ser humano tenga Vida, comenzando por ellas, quienes no contaban en los censos, y después, los desheredados y arrinconados, los pequeños, pobres y sencillos, los no letrados… y también nosotros y nosotras.
Al quebrar el alba de la mañana de Resurrección, la esperanza nos invade pues la primavera ha hecho retoñar los árboles y verdear los campos; al rayar el día, un gozo sereno nos invita a saborear la Vida. Una Vida no exenta de sinsentidos que en El adquieren sentido y repleta de ilusiones, sueños y anhelos que nos hablan del gozoso encuentro; una Vida que quiere ser vivida y transmitida…
El ha venido para que tengamos Vida.
Nosotros y nosotras, quienes creemos en El y queremos seguir sus pasos, somos Vida que desea ser compartida, porque El nos invita a entregarla para que todos tengan Vida…
¡Feliz Pascua!

Un Niño nos ha nacido

Un Niño nos ha nacido; viene con la Paz. Paz para las familias, Paz para los pueblos y naciones; pero sobre todo Paz para los corazones. Sólo desde la Paz del corazón es posible reconocer y encontrar a Dios en un recién nacido. Sólo desde la Paz del corazón es posible celebrar Navidad.
Navidad es el Misterio de amor más grande imaginable. Dios quiere ser uno con nosotros, adentrarse en nuestras vidas, caminar a nuestro lado.
Resuena hoy en mí intensamente la expresión: ‘un Niño nos ha nacido’, quizás porque son muchos los pequeños que esta noche compartirán la mesa con nosotras. Al verlos a ellos y a sus madres, no puedo dejar de pensar en María de Nazaret.
¡Se ha idealizado tanto ese duro e inhóspito viaje desde Nazaret a Belén!; sería parecido al que hoy recorren algunas mujeres encintas o con recién nacidos en su regazo anhelando un futuro…
¡Nos esforzamos  tanto ‘montando’ el Belén! y hay tantas mujeres que aún hoy no tienen sitio en la posada…
¡Adornamos con tantas luces lo que ocurrió en la oscuridad y el silencio de la noche! cuando muchas mujeres necesitan ocultarse, sin luces ni cantos, para poder sobrevivir…
Quizás algunas mujeres, muchas ‘madres’, de las que hoy viven la Navidad en nuestras casas (algunas sin saber muy bien de qué se trata) podrían acercarnos con sus experiencias vitales, reales y actuales, a lo que sucedería aquella noche en Belén, podrían contarnos como sería la Nochebuena…
Nochebuena porque Dios se acerca: porque aún en medio de tanta oscuridad queda espacio para que la esperanza ilumine el corazón; porque aún entre tanta precariedad la confianza despierta la ternura; porque aún cuando todo parece un sinsentido una mano tendida acompaña el caminar.
Nochebuena porque en tí, Mujer, hay un pesebre que acoge la Vida, porque a pesar de no comprender has dicho ‘hágase’, porque no dudaste en ponerte en camino.
Nochebuena porque hoy puedo acoger, acariciar, abrazar la Vida que quiere nacer, abrazar a Dios, en cada uno de estos pequeños.
Un niño nos ha nacido… El es nuestra Paz, nuestra Esperanza, nuestra Vida.
¡Feliz Navidad!

María, desde el cielo

Me resulta dificil pensar en Tí, María, Madre y compañera en mi vida, en mi camino de seguimiento de Jesús, sin evocarte como peregrina, como buscadora de Dios, como mujer atenta a las necesidades de quienes te rodean, te invocan, te aclaman…
Siento que tu Asunción al cielo fue el culmen de tu canto del Magnificat: ‘desde ahora todas las generaciones me felicitarán…’
¡Qué bien supiste poner el acento en Quien fue tu única riqueza, en Quien te cautivó y por Quien te arriesgaste a caminar rompiendo moldes y esquemas, pronunciándote como Mujer!
¡Cuánto fue tu empeño en mostrarle a El, en darle todo el protagonismo de tu vida: ‘porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí’!
Sí, Madre. Tu grandeza fue tu humildad. Tu riqueza, la pobreza de un establo donde supiste ver el cielo en la tierra. Tu poder, el abandono en los brazos de quien en tí necesitaba ser arrullado. Tu fortaleza, la fragilidad de quien se sabe pequeña. Tu sabiduria, la obediencia al sueño de Dios para Tí. Tu oblación, la entrega generosa y disponible. Tu vivir, unas manos abiertas, unos pies peregrinos y un corazón enamorado, atento al querer de Dios y a las necesidades de quienes te rodean…
Porque supiste ser para los demás, fuiste para Dios. Porque quisiste ser de Dios, fuiste para los demás. Porque Dios se fijó en tí, Tu te dejaste hacer…
Desde dondequiera que estés, en el cielo gozando de El o en la tierra, allí donde pueda haber un pedacito de cielo… Madre, fortalece nuestros pasos, ilumina nuestras sendas, renuévanos en nuestro deseo de querer ser de Dios.

 

Renovar la Alianza

Un año más la festividad de la Natividad de María nos convoca congregacionalmente para renovar nuestra alianza de amor con Dios.
Alianza que sellamos un día con El al emitir nuestros primeros votos y que, día tras día, vamos renovando en la intimidad de nuestro corazón, en nuestro encuentro diario con El en la oración y en la celebración diaria de la Eucaristía.
Alianza que cada año, las hermanas de votos perpetuos, renovamos públicamente el 8 de septiembre en recuerdo de la profesión perpetua de la Madre Juana María y las primeras hermanas, evocando los primeros votos perpetuos que se emitieron en nuestra Congregación; renovación que nos conecta con nuestras raíces y nos ayuda a vivir en comunión con todas las hermanas.
Alianza que nos remite de un modo particular a María, Madre y Patrona de nuestra Congregación, aclamada desde antiguo como Arca de la Nueva Alianza, pues Dios inicia en Ella, al responderle con su Fiat, una nueva alianza con la humanidad. María, con su respuesta: Hágase en mí, establece una relación inviolable e indisoluble con Dios que perdurará por toda la eternidad.
María, por la fe, sella con Dios el pacto de la Nueva Alianza. La fe conduce a María al abandono incondicional, a la entrega sin reservas, a la confianza total. Por la fe, María se deja seducir por el amor de Dios y responde con prontitud a su llamada a vivir la radicalidad del Fiat.
Juana María también vivió desde la fe. Una fe que fue la luz de su vida. Una fe que dio consistencia y solidez a su vocación. Una fe que esclareció su discernimiento. Por la fe, Juana María se fio totalmente de Dios. De un Dios que se hizo presente en su vida y le tendió una mano; de un Dios que la llamó por su nombre y suscitó un proyecto en su corazón; de un Dios que, amándola con ternura, le pidió desprendimiento, confianza y abandono porque para El nada hay imposible… Juana María se fio de Dios y ambos sellaron una alianza de amor.
Nosotras, al igual que María Inmaculada y la Madre Juana María, estamos llamadas a vivir nuestra consagración al Dios de la vida, de la esperanza y del amor, desde la fe, desde la confianza plena, total y absoluta en Quien se ha fijado en nosotras, en cada una en particular, y nos ha llamado por nuestro nombre para sellar con El una alianza indisoluble y así entrar a formar parte del proyecto del Reino viviendo con el estilo y el espíritu de la Madre Juana María: descentradas de nosotras mismas para poder tener a Dios en el vértice de nuestros pensamientos.
Al renovar hoy nuestros votos evocamos con gratitud nuestros anhelos de ser de, por y para Dios respondiendo con firme decisión: ¡Fiat! ¡Hágase en mí!

Pascua

Un año más la primavera nos conduce a la celebración de la Pascua, la Fiesta cristiana por excelencia. En ella, la Resurrección de Cristo nos acerca a la esperanza en un mañana sin luto, llanto ni dolor.
Quizás este año, en el que los conflictos armados y las consecuencias que acarrean están golpeando nuestras conciencias, de un modo particular necesitemos sentir en nuestros corazones el gozo, el jubilo y la alegría pascual.
Es difícil hablar de Vida a quien la está dejando por el camino huyendo de quien sabe cuántos pesares: guerra, hambre, opresión, explotación, violencia, desamor… Es complejo hablar de un Dios que nos quiere felices porque El ha redimido nuestras penas cuando el recuerdo de lo dejado atrás duele y lacera el alma. Es complicado invitar a la esperanza a quienes la impotencia les sumerge en el mar del desaliento…
Hablar de Pascua es hacer con todos los excluidos que encontramos en nuestra vida un examen de humildad, compartiendo unos con otros nuestra experiencia de fe en un Dios que sólo sabe hablarnos de amistad.
Pascua es: Peregrinación, acogida, solidaridad, comprensión, unión, amor.
Pascua es dejar a Dios vivir en nosotros y pasar haciendo el bien, acompañando  el cansancio de tantos, solidarizándonos con las heridas del hermano, comprendiendo las dificultades para sonreír, uniendo las manos y los corazones en un lazo de paz, abrazando el amor desgarrado por el dolor.
Pascua es dejar que la VIDA nos envuelva con su luz y nos impulse a vivificar.
¡Feliz Pascua!

Navidad es…

Navidad es tiempo de sueños, de ilusiones y esperanzas.
Navidad es la culminación de un proyecto y el bosquejo de un programa. Culmina el Antiguo Testamento, se bosqueja el Nuevo.
Navidad es abrir el corazón a la Alianza de Amor entre Dios y cada uno de nosotros en la inexplicable sencillez de un recién nacido que va balbuceando nuestro nombre con bondad.
Navidad es el soplo del aliento de Dios en un Niño que desciende para palpar la tierra con las manos de los que menos cuentan, acariciarla con la ternura de una madre y abrazarla con la fortaleza de los pobres.
Navidad es navegar contracorriente, acoger la vulnerabilidad, valorar la diversidad, innovar la compasión, derrochar solidaridad, abrazar desde la fraternidad, darse hasta el final.
Navidad es nobleza, novedad, niñez…
Navidad es acogida, acompañamiento, ayuda…
Navidad es visita, valoración, vocación…
Navidad es invitación, imaginación, ilusión…
Navidad es decisión, dignificación, donación…
Navidad es amparo, abrigo, aliento, agasajo…
Navidad es Dios. Dios que se derrama, que se da, que se desborda de amor hacia nosotros. Es Dios que llama a nuestra puerta y nos tiende una mano en los pequeños, frágiles y desahuciados. Navidad es Dios que viene a nuestro encuentro y se hace compañero de nuestro camino.
Navidad es comprender que somos peregrinos, inmigrantes, forasteros, como El lo fue. Es reconocer que todos somos hermanos, amigos, vecinos… de Nazaret. Es sentir que no importa el color de la piel, las raíces de nuestros orígenes, el nombre de nuestro Dios ni la herencia de nuestra fe.
Navidad es acoger y acompañar la debilidad, es abrazar y acompasar la pobreza, es cobijar y hospedar la soledad, es albergar y arropar la penuria… es compartirnos con los demás.
Navidad es salir de nosotros mismos para entrar en los otros (los pequeños y los grandes, los ricos y los desheredados de la historia, las mujeres y los niños, los humildes y sencillos, los del centro y los de la periferia, los marginados y los agasajados, …) y poder descubrir que en ellos (como en ti y en mí) está el Otro, el que viene, el que se vuelve Niño, el que se ‘abaja’ para hacerse uno más entre tú y yo, entre nosotros y ellos… tan sólo porque nos ama a todos por igual.
¡Atrevámonos a arriesgarnos a vivir la Navidad en clave de Amor; amor sostenido por un Niño que es Dios!