Al alborear el alba las mujeres se pusieron en camino…
Quizás como un día más, fueron las primeras en abrir las ventanas y respirar el aire limpio de la mañana. Sin acabar de asimilar aún lo ocurrido, con el dolor lacerando el alma, otearon el horizonte en busca de una nube que derramara sus lágrimas para restañar las heridas.
Y al llegar al sepulcro, una luz viva ofuscó su mirada y no encontraron más que los rastros del absurdo sinsentido acaecido: una piedra corrida, unos lienzos tendidos y una fría losa que ardía más que el sol…
Al alborear el día, triunfó la Vida. Al romper el día se desvanecieron los temores. Al despuntar la mañana el gozo se abrió paso en el corazón.
Y entonces, solo ellas comprendieron (porque solo ellas tuvieron el coraje de acudir al sepulcro desafiando a los romanos) que Su misión fue que tuvieran Vida. Todos y todas. Que todo ser humano tenga Vida, comenzando por ellas, quienes no contaban en los censos, y después, los desheredados y arrinconados, los pequeños, pobres y sencillos, los no letrados… y también nosotros y nosotras.
Al quebrar el alba de la mañana de Resurrección, la esperanza nos invade pues la primavera ha hecho retoñar los árboles y verdear los campos; al rayar el día, un gozo sereno nos invita a saborear la Vida. Una Vida no exenta de sinsentidos que en El adquieren sentido y repleta de ilusiones, sueños y anhelos que nos hablan del gozoso encuentro; una Vida que quiere ser vivida y transmitida…
El ha venido para que tengamos Vida.
Nosotros y nosotras, quienes creemos en El y queremos seguir sus pasos, somos Vida que desea ser compartida, porque El nos invita a entregarla para que todos tengan Vida…
¡Feliz Pascua!