Es noviembre, mes en el que honramos a nuestros seres queridos que ya gozan de la paz sin fin…
Esta tarde hemos ido al cementerio. No soy muy adicta a estas visitas, pero de vez en cuando siento el deber de ir.
Aunque sé, estoy plenamente convencida, que allí no hay nada de lo que fue.
Y es que cuando pienso o evoco a alguien que está ya lejos… los recuerdos que más resuenan en mi corazón no son tanto las imágenes físicas, sino más bien las sensaciones, la impronta de ellos que ha quedado tallada en mi alma, la fracción de tiempo vivida y sentida en comunión, las huellas que han zarandeado mi existir…
Al pensar en quienes han compartido conmigo un tramo del camino de mi vida, evoco las palabras, los gestos, los sentimientos… ese sabor agridulce de los soplos de beatitud que ya no volveremos a saborear, aquí, juntos/as… pero cuyo recuerdo me custodia y sostiene.
Hoy evoco de un modo especial a las Hermanas que iniciaron esta aventura de seguir a Dios y amarle en las mujeres obreras, a las Hermanas que se dejaron cautivar por el entusiasmo, el ardor y la pasión de Juana Condesa Lluch, a las Hermanas que a través de los años han ido fortaleciendo este proyecto (nuestra Congregación) tejiendo el Reino, a las Hermanas que hoy, desde lo Alto, van alentando nuestras vidas…
Por todas ellas, hoy elevo a Dios mi plegaria, mi canto agradecido… así como el suave zureo de las aves se eleva hacia lo Alto.