Al adentrarme en el misterio de la encarnación releyendo el relato de la anunciación o de la vocación de María, no puedo menos que pensar en el desbordamiento interior que viviría aquella joven nazarena al sentirse invitada por Dios a sellar con El la Nueva Alianza.
Pienso que sólo desde la sencillez de un corazón enamorado y abierto a la novedad del día a día es posible acoger el proyecto aparentemente descabellado de un Dios que quiere hacerse uno con y como nosotros.
Creo que esa fue la grandeza de María: su indudable disponibilidad y su abandono incondicional al querer de Dios. Sin ninguna duda el camino a recorrer no se preveía fácil; llegar a alumbrar al Hijo de Dios era la meta de un peregrinaje transitado entre incomprensiones, renuncias y despojo interior.
María, con su Hágase, se adentra en el Misterio de Dios y se deja envolver por su ternura hasta diluirse íntegramente y ser una con el Hijo que se gestaba en sus entrañas.
La excelsitud de María reside en su pequeñez, en su pureza, en su humildad; con su Fiat, María opta por ser de Dios y para Dios, decide morar en Dios, elige vivir desde Dios. Es El quien da sentido a su existir.
Hoy María nos invita a abrirnos al proyecto que Dios tiene diseñado para cada uno de nosotros y a dejarle delinearlo con nuestro abandono a su voluntad.
María nos anima a pronunciar, como Ella, con plena convicción: Hágase.
¡No lo dudemos, sólo así nuestra vida será plena!