Me decía una persona muy querida por mí hace pocos días: ‘no quiero privilegios’. Y es cierto, sé que lo decía con el corazón. Pero me hizo pensar, reflexionar, orar con dicha frase. Porque nuestra vida, mirada desde la óptica de Dios, es ya en sí misma un privilegio. No sé si ella se siente privilegiada por haber sido invitada por el Señor para estar a su servicio, para vivir por y para El… pero lo es.
La invitación de Jesús a su seguimiento, el dejar que Dios nos consagre para sí, el hecho de ser llamada y escogida por El, es ya en sí mismo el mejor regalo que se nos puede hacer; es motivo para sentirnos los seres más privilegiados. Y ante ello sólo cabe una actitud reverente de acción de gracias continua.
Quiero, al inicio de este curso, proponerme, y proponeros, el vivirlo en actitud permanente de agradecimiento. Siempre tenemos motivos para dar gracias: el nuevo día que amanece, las personas con las que convivimos, aquellas que se preocupan por nosotras, las que se cruzan cada día en nuestro camino, el alimento que llega a nuestra mesa, las lecturas que hacemos… la Palabra que el Señor nos regala cada día, la celebración de la Eucaristía… ¡tantas cosas!
Sí, me siento privilegiada, aunque no busque los privilegios. Las oportunidades que Dios nos da cada día son motivo para ello, y por ello solo puedo decir: Gracias. ¿Y tú?