Empadronamiento

Niño

En el ‘Encuentro con María’ de este mediodía leíamos el pasaje evangélico de la misa de medianoche, e íbamos desgranando Avemarías al tiempo que reflexionábamos en cada uno de los párrafos.
Me paraba en la idea del empadronamiento. Cada uno debía ir a empadronarse en su lugar de origen… Me venía a la mente la idea (absurda) de que dicho decreto se promulgara hoy a nivel mundial… ¡cuántos desplazamientos se darían!, miles, millones… Me venían a la mente las mujeres de nuestra Residencia, de países tan diversos y lejanos, e incluso nosotras mismas, las hermanas.
Pero me quedaba reflexionando en otro aspecto del empadronamiento. Me preguntaba si yo estaría empadronada algún día en el Reino de los Cielos, que en definitiva es lo que me importa, lo que me cuestiona, hacia lo que debe orientarse mi vida… Me preguntaba si reuniría los requisitos para ser un día ciudadana del Reino Celeste, para obtener un permiso de residencia permanente.
Me fijaba en María, como Ella, embarazada, casi a punto de dar a luz, tuvo que ponerse en camino, venciendo grandes dificultades, sorteando las pruebas y asperezas de un viaje que muchos de sus paisanos verían como una locura que lo emprendiera, pues el que estaba obligado a empadronarse era José. María actuó por y con fidelidad. Fidelidad al hombre que, sin conocerla, como dice la Escritura, creyó en Ella; fidelidad al Dios creador, que se fijó en su pequeñez para realizar su plan salvador, para acercar su Reino hasta nosotros; fidelidad al Hijo que llevaba en sus entrañas, al que quería darle el linaje que le correspondía; fidelidad a tantos y tantas desplazados de la historia, de la vida, de la sociedad…
Creo que el viaje de María para empadronarse junto a José es un estímulo y un aliciente para muchos de los que se ponen en camino cada día arriesgando su vida para buscar un futuro mejor. Pero también debe serlo para cada uno de nosotros. Debe ser una invitación a desinstalarnos, a salir de nosotros mismos, a buscar como dignificar la vida de los que la vida pone en nuestro camino. Debe ser un estímulo para no desfallecer ante las dificultades y baches del día a día. Un aliciente para trabajar con firme tesón, como hizo nuestra Madre Juana María, para estar un día empadronadas en el Reino Celeste: ‘ser santas en el cielo sin levantar polvo en la tierra’, nos diría ella.
Esta Navidad, vayamos a empadronarnos con presteza, con firmeza, con alegría, a nuestro lugar de origen: Dios, que se hace Niño, que viene a compartir nuestra historia, nuestra vida, nuestra suerte, para darnos cabida a nosotros en la suya.
Empadronémonos en Dios, afiancemos nuestras vidas en El, que es la Vida… La oración, los sacramentos, las obras de misericordia… son los requisitos. Un Niño nos lo ha enseñado…