Cepillando la madera

jose A lo largo del día pensando en la fiesta de mañana me viene a la mente esta frase del himno de San José que cada año, siguiendo la tradición, cantamos en nuestra Congregación: ‘Tu viviste tus años silencioso, cepillando la piel de la madera…’

Me pregunto cuántas asperezas de la madera tendría que limar san José y cuanto esfuerzo le supondría, cuántas horas de trabajo callado, tan solo acompañado por el canto de los pájaros, el silbo del viento, el murmullo de las hojas de los árboles, y el jolgorio de los niños, entre ellos, de Jesús…

¡No sería fácil dejar la madera lisa, suave, sin imperfecciones…! Debía ser un trabajo que tan solo él y la madera sabrían cuánto tiempo había invertido.

Creo que, de alguna manera, ese es el trabajo que hoy más nos cuesta: limar las asperezas de la vida. Limar, suavizar, los contratiempos del día a día. Limar, dulcificar, nuestra manera de ser. Limar, purificar, nuestros fallos, nuestras limitaciones, nuestras imperfecciones…

Y, como el de José, es un trabajo callado. Un trabajo al que los ruidos que nos envuelven (¡tan distintos a los que rodeaban a José!): televisión, móviles, coches… muchas veces entorpecen, enlentecen, adormecen. Quizás nos estamos acostumbrando a vivir tan sumergidos en el ruido que el silencio nos duele, nos deja vacíos, desorientados. Por eso huimos de él. Y, al huir del silencio, huimos de ese trabajo tan necesario de limar las asperezas de la vida.

En estos días de cuaresma, la celebración de la festividad de san José es una invitación a imitarlo a él, en su ser y estar, en su trabajo y descanso, en su oración y contemplación; es una llamada a vivir dejando que Dios actúe en nuestras vidas como actuó en la suya: sorprendiéndolo; es un estímulo para responder con generosidad, desprendimiento y disponibilidad al proyecto de Dios para nosotros…

La fiesta de san José nos invita, en esta escalada cuaresmal, a cepillar nuestras almas, en silencio, dejándonos acompañar del susurro de la plegaria, del leve roce de las páginas de la Biblia, de la caricia de la celebración de la Eucaristía.