Sin darme cuenta hice esta foto; pretendía fotografiar el cisne que desafiaba su mirada entre las aguas tranquilas del lago. Al verla me sorprendió encontrar en primer plano la sombra reflexiva del momento de oración sentadas bajo un árbol…
Sería en un lugar así donde Jesús se encontró con los apóstoles y los fue llamando uno a uno.
La verdad es que las aguas tranquilas y remansadas del lago invitan al sosiego, a la plegaria, a la alabanza, al Encuentro. Sí, al Encuentro, con mayúsculas, con el Creador.
Escuchando el susurro del agua meciéndose al vaivén del viento, evocaba la llamada, mi llamada, cuando Jesús me sorprendió en el quehacer cotidiano y me invitó a seguirle… Dicen los textos evangélicos que los discípulos ‘dejando todo le siguieron’.
Yo, ahora mismo, no puedo precisar si dejé todo, mucho o nada… porque prefiero releer mi llamada en clave de acogida, de receptividad, de encuentro… Acogí un estilo de vida en el que la fraternidad y la oración comunitaria son el espacio donde Jesús se hace presente; recibí unas hermanas, muy distintas a mí por su edad, procedencia, cultura, estilo de vida, formación…, que enriquecen mi ser mujer; encontré la Vida al descubrir que dándome y olvidándome de mí misma es como los otros me acercan más a Dios. Y Dios es Quien da razón y sentido a mi existencia.
En este día que la Iglesia celebra su Jornada de Oración por las Vocaciones, os invito a pararos un momento, hacer un espacio de silencio y preguntaros qué quiere Dios de cada uno de vosotros. Sólo en el silencio del alma es posible encontrar la respuesta…
Si Dios te llama a seguirle, ¿serás capaz de responderle: SI?