«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» es la pregunta que se hacen los peregrinos de Emaús, después de reconocer a Jesús.
Quizás también Jesús nos tildaría a nosotros hoy de torpes y necios para creer lo que dicen las Escrituras de El; nos tacharía de incrédulos y escépticos porque seguimos necesitando signos para descubrirle presente entre nosotros, para sentir, palpar y gustar su presencia evidente entre nuestro cotidiano vivir…
Sí, es cierto. Decimos que creemos en El, que le vemos en los acontecimientos de cada día, que le sentimos caminar con nosotros, a nuestro lado… pero cuando al llegar la noche vuelvo la mirada hacia lo vivido, sentido, hablado y orado a lo largo del día muchas veces caigo en la cuenta de lo poco que me he dejado guiar, orientar, aconsejar y acompañar por El…
Tal vez nos pase, al menos a mí, como a los discípulos de Emaús, que necesitamos un signo evidente que nos haga caer en la cuenta de que es El quien nos guía, nos orienta, acompaña, alienta, empuja… en nuestros quehaceres cotidianos; tal vez necesitamos ese abrazo de ternura, esa mirada entrañable, ese susurro tenue que enardezca nuestro corazón y nos haga correr para anunciar que le hemos visto, que vive entre nosotros…
En estos días de Pascua, te pido Señor me ayudes a desvelar los signos evidentes de tu presencia en mi vida; que al partirte para mí en el Pan de la Eucaristía sacies mi hambre de tí; que tu Palabra de Vida, escuchada y orada, enardezca mi corazón y se traduzca en gestos de tu amor hacia mis hermanos y hermanas…