Sal, sal, sal…
Ponte en camino.
Ve ligero de equipaje.
Dispón tu corazón a lo imprevisto.
Libérate de ataduras.
Abre tus ojos; dirige tu mirada hacia el horizonte sin dejar a un lado a quien camina a tu lado, a quien se cruza en tu camino.
Déjate guiar, orientar, acompañar…
Emprendes un viaje en el que Dios es el camino, el Evangelio tu mochila, María Inmaculada tu guía y la Madre Juana María tu compañera de fatigas…
Así fue la llamada, así fue. Así es.
Dios no lo piensa dos veces; El se ha fijado en tí y ha forjado un proyecto para tu vida.
Tampoco tú debes pensarlo; es más fácil si te dejas llevar, si te lanzas al infinito, si te abandonas en sus manos.
¿Cuál es la meta? ¿Las etapas? ¿Los albergues del camino?
La meta es El. Las etapas son la vida misma, tu crecimiento personal, tu entrega a los demás. Los albergues, los encuentros diarios con El en la oración, la Eucaristía, la escucha de la Palabra…
¿Aún no lo tienes claro? Dios sale a tu encuentro y te invita a que tu salgas a darlo todo.
¿Todo? Sí, TODO. Porque El es el Todo.
¡Te está llamando! ¿Te animas a decirle: SI?