Releía estos días un pasaje evangélico en el que el evangelista nos cuenta que Jesús, en la sinagoga, dejaba a todos admirados porque enseñaba con autoridad.
Vivimos en una sociedad en el que a menudo confundimos la autoridad con el autoritarismo. La autoridad nos ayuda a crecer, hace brotar de nosotros mismos lo mejor que hay en nuestro interior, mientras que el autoritarismo tiende a reprimir.
Jesús, nos dice el Evangelio, enseña con autoridad. Enseña haciendo crecer, abriendo horizontes y mostrando caminos de liberación. Al enseñar, Jesús dignifica, valora, comprende, ama… Al enseñar, Jesús hace brotar en sus discípulos lo mejor que hay en su interior, les despierta la capacidad de creer en sí mismos, el deseo de cambiar. Jesús remueve las entrañas de los discípulos haciendo germinar en su interior el deseo de convertirse, de volver la mirada, de volver el corazón hacia Dios. Jesús suscita en ellos ese ansía de caminar hacia lo alto, de superar todas las mediocridades, de gestar una vida nueva en la que el Espíritu sea el protagonista.
Hoy también Jesús quiere acercarse a nosotros para enseñarnos, para hacernos descubrir que sólo en El podemos alcanzar la verdad, la libertad, el amor, la paz. La autoridad de Jesús es germen de vida nueva en nuestro corazón.
Este tiempo cuaresmal es, para cada uno de nosotros, una llamada acuciante a la conversión, a volver la mirada y el corazón para dejar que sea ‘enseñado’ por la autoridad de Jesús, a dejar que El vaya haciendo brotar en nosotros los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, bondad, fidelidad… ; este camino cuaresmal es una invitación a caminar tras sus huellas para poder vivir con El la experiencia gozosa de la Resurrección.
Dejemos que Jesús vaya enseñándonos, con la autoridad del amor, a vivir desde esa presencia de Dios que todo lo hace nuevo, también nuestro corazón…