Hoy resuenan en mí las palabras de Pedro en el relato de la Pasión de Jesús: ‘No conozco a ese hombre’. Y de alguna manera intuyo lo que figuradamente podían significar; Pedro no conocía a Jesús como El quería darse a conocer: como el Amor absoluto, como el que da la vida por Amor. Pedro no conocía, no era capaz de entender, el alcance y el significado pleno de la vida de Jesús, de cada una de sus palabras, del simbolismo de sus gestos. Pedro conocía al Jesús de los milagros, al de las palabras que encandilaban el alma, al que atraía a las masas; Pedro conocía al Jesús triunfador, transfigurado en el monte Tabor, andando sobre las aguas, calmando la tempestad… Pero Pedro no conocía al Jesús que fue capaz de acoger en sí toda la fragilidad y la miseria humana, para asumirla y redimirla. Pedro no entendía el secreto que encerraban cada uno de sus gestos: el lavatorio de los pies, la última cena, el pan partido y repartido, beber con El la copa de la Alianza…
Y hoy me pregunto qué puedo decir yo, quien es el Jesús que conozco, Aquel al que sigo, Aquel por quien he optado: el Jesús que no compromete, el de los milagros, el Jesús de las palabras amables, el de los gestos espectaculares…; o más bien el Jesús comprometido con los débiles y los pobres, el que gasta y desgasta su vida, el que lo entrega todo, el que no se posee, el que desde la Cruz sigue perdonando y amando, el Jesús que muere por mí…
No es fácil decir: Yo conozco a ese hombre, y decirlo con el corazón, con la vida, con cada palabra y cada gesto. No es fácil decirlo si no lo ponemos todo en juego, si no arriesgamos la vida, si no nos entregamos plenamente. No es fácil decirlo y hacerlo por Amor.
He ahí mi reto para esta Semana Santa; cuestionarme si realmente lo conozco y le sigo.