‘Lo habían reconocido al partir el pan’ son las palabras con las que concluye el Evangelio de hoy. Con un sencillo e insignificante gesto que tan acostumbrados estamos a ver hacer a nuestras madres…
Es el gesto de quien se preocupa por el otro, de quien vela porque a quienes están a su cuidado no les falte lo necesario: el pan, el alimento…
Así fue Jesús con sus discípulos, con sus amigos, con quienes le seguían (recordemos el Evangelio del viernes donde se nos narra la multiplicación de los panes y los peces), y así sigue siendo hoy con cada uno de nosotros.
En este tiempo de confinamiento, de reclusión, pienso en las personas que, debido a las circunstancias que se están dando, han perdido su trabajo, su fuente de ingresos, y con ello la posibilidad de llevar el pan a la mesa. Y me pregunto cuál es mi respuesta (como cristiana, como consagrada) ante las situaciones que contemplo, y en qué me reconocerán a mí…
No es fácil dar una respuesta, no.
Creo que, como a Jesús, deberían reconocerme al partir el pan: al compartir mi tiempo, al brindar una sonrisa, al tender una mano, al decir una palabra de aliento, al prestar mi hombro, al ofrecer comprensión, al escuchar su dolor, al invitar a la esperanza, al elevar una plegaria… Ese es mi ‘pan’, lo que Dios ha puesto al alcance de mi mano para compartir-me, para partir-me, para repartir-me: estar sencillamente junto al que sufre, sentarme a la mesa con él y brindarle mi amistad.
¡Ojalá pueda enardecer el corazón de quienes comparten conmigo su caminar, como les pasó a los discípulos de Emaús y como les acaeció a las obreras a quienes acompañó, en sus idas y venidas por el camino de las Moreras, la Madre Juana María!
Y tú, ¿cómo quieres que te reconozcan?