La Navidad tiene para nosotros, los creyentes, un rostro clave, una mirada ineludible, un transitar inexplicable. Navidad se sobrescribe con nombre de mujer, de madre, de hermana, amiga, compañera de camino… Navidad se delinea con la novedad de María de Nazaret.
Y al acercarnos a María, como mujer embarazada, peregrina, pobre, humilde… Ella nos apremia a descubrir a nuestro alrededor a tantas mujeres que hoy viven situaciones ‘limite’ por estar embarazadas, andar en continuo peregrinaje huyendo de situaciones inhumanas, cargar sobre sus hombros la responsabilidad de alimentar y ayudar a crecer a sus hijos… Ella nos urge a volver nuestra mirada hacia las mujeres que soportan el cansancio y el agobio de la exclusión, la injusticia o la opresión…; nos exhorta a derramar nuestra compasión con las mujeres que sobreviven bajo el yugo de la explotación, la trata o la manipulación…
María es el espejo en el que todas ellas pueden verse reflejadas y sentirse alentadas para continuar bregando, muchas veces a contracorriente, en situaciones complejas, presionadas por la injusticia y la insolidaridad de quienes viven (o vivimos) instalados en la sociedad del bienestar.
Miro a mi alrededor y percibo esas imágenes de María con más frecuencia de la que me gustaría. Comparten con nosotras el día a día, con sus confusiones, sus luchas, sus incertidumbres; también con sus sueños, sus ilusiones, sus inquietudes… Me pregunto a menudo el porqué de su éxodo, de su peregrinar, de su abandono de lo conocido; las repuestas que encuentro no deberían existir: hambre, guerra, persecución, violencia, promesas incumplidas, corrupción, trata… ¡desesperación!
Como María, todas ellas quieren poner a salvo a sus hijos, aún a costa de arriesgar la vida. Hay un instinto de protección materna en todas ellas casi sobrenatural. Los deseos de salvación, de liberación, de seguridad, de tranquilidad, de paz, las abocan al riesgo más extremo, como lo asumió María. Ella arriesgó su vida (aceptando un embarazo de quien no era su marido, situándose al margen de la ley, siendo susceptible de ser lapidada) como tantas mujeres la arriesgan hoy por buscar una vida más digna, un entorno más justo, un cobijo seguro (María lo encontró en un establo).
En estas Navidades quiero brindar por tantas mujeres que hacen la opción de apostar por la vida que se gesta en sus entrañas, de cantar nanas entre los estruendos de la guerra, de abrazar con fuerza la soledad de la maternidad. Quiero brindar por las que deciden navegar en la noche entre fuertes marejadas, las que no se dejan vencer por la aridez de desiertos inhóspitos, las que se arriesgan a quedarse en el camino. Quiero brindar por las mujeres que, como María, cierran los ojos ante el peligro inminente asumiendo con valentía las consecuencias de sus opciones.
En estos días os invito a contemplar el misterio de la Navidad en los belenes vivientes que hay entre nosotros (muchos de ellos sin la figura protectora de José) y a apostar conmigo por las mujeres que se aferran a la más ínfima semilla de esperanza porque ‘para Dios nada hay imposible’.
¡FELIZ NAVIDAD!