Pascua

Caminamos hacia la Pascua, hacia un nuevo amanecer, escribía hace unos días y, aunque parece que el tiempo se ha detenido, que las circunstancias no han cambiado, que la primavera parece no haber llegado… lo cierto es que la Pascua nos ha alcanzado con su sabor a pan recién horneado, con el olor de nardo anacarado y el color de azucena acrisolada, con el gorjeo de la alondra y el trinar de los jilgueros.  La Pascua ha llegado y nos ha envuelto con su luz resplandeciente, con su calidez esperanzada y su paz reverdecida.
Sí, es la Pascua, el día de la creación nueva y siempre renovada; el día en que se colman nuestras ilusiones, anhelos y esperanzas; el día de abrazar el alma, compartir la palabra y saborear las certezas.
Es la Pascua, el tiempo concluido y la promesa cumplida; la vida plena que vence la espera, que sacia la sed, que ciñe el amor, que vence al alba.
Es Pascua, es el paso de Dios entre la historia errada de una humanidad disgregada; es el susurro de Dios entre los sonidos discordantes de guerras y batallas; es la luz de Dios entre la oscuridad de tantas noches vejadas; es la brisa de Dios que airea el alma, despeja las dudas y alienta la espera; es la Palabra de Dios que grita callada con gestos derramados, con entregas sosegadas, con cantos jubilosos.
Es la Pascua… sí, la hora de la verdad, el día de la libertad, el tiempo de Dios entre los andares fatigados, los abrazos furtivos y los encuentros cautelosos.
Es Pascua: invitación a ser gesto fraterno, amor confiado, ¡Buena Noticia!…

Hágase

Al adentrarme en el misterio de la encarnación releyendo el relato de la anunciación o de la vocación de María, no puedo menos que pensar en el desbordamiento interior que viviría aquella joven nazarena al sentirse invitada por Dios a sellar con El la Nueva Alianza.

Pienso que sólo desde la sencillez de un corazón enamorado y abierto a la novedad del día a día es posible acoger el proyecto aparentemente descabellado de un Dios que quiere hacerse uno con y como nosotros.
Creo que esa fue la grandeza de María: su indudable disponibilidad y su abandono incondicional al querer de Dios. Sin ninguna duda el camino a recorrer no se preveía fácil; llegar a alumbrar al Hijo de Dios era la meta de un peregrinaje transitado entre incomprensiones, renuncias y despojo interior.
María, con su Hágase, se adentra en el Misterio de Dios y se deja envolver por su ternura hasta diluirse íntegramente y ser una con el Hijo que se gestaba en sus entrañas.
La excelsitud de María reside en su pequeñez, en su pureza, en su humildad; con su Fiat, María opta por ser de Dios y para Dios, decide morar en Dios, elige vivir desde Dios. Es El quien da sentido a su existir.

Hoy María nos invita a abrirnos al proyecto que Dios tiene diseñado para cada uno de nosotros y a dejarle delinearlo con nuestro abandono a su voluntad.
María nos anima a pronunciar, como Ella, con plena convicción: Hágase.
¡No lo dudemos, sólo así nuestra vida será plena!

Mujeres

Ante una mujer que nos aglutina y nos enseña a escribir nuestra historia femenina con dignidad, sólo cabe abrir el corazón a la esperanza en un mañana mejor, sonreír ante las adversidades y luchar porque nuestros sueños puedan ser realidad.
Ante Juana Condesa Lluch muchas de nosotras hemos empezado a vivir una etapa nueva de nuestra vida, descubriendo el sentido de la existencia en la entrega, la generosidad, el desprendimiento…
El lema de su vida: ‘Yo y todo lo mío para…’ orienta nuestra razón de ser como Esclavas de María Inmaculada, como trabajadoras y/o colaboradoras en su misión y apostolado, como residentes en cualquiera de sus casas … como miembros de una familia que tiene como objetivos dignificar y empoderar, instruir y formar, acompañar y evangelizar, a las mujeres en situación de vulnerabilidad, para que puedan ser protagonistas activas de su historia de vida.
Hoy queremos rendir homenaje a cada una de las mujeres que en estos momentos compartís nuestras vidas (trabajadoras, residentes, colaboradoras…) y nos ayudáis a escribir esta historia de vida, este poema de libertad, esta parábola del Evangelio.
Por cada una de vosotras, por todas nosotras, elevamos una plegaria y depositamos en el corazón de Juana María vuestros nombres, que ella nos ayude a hacer realidad nuestras esperanzas, sueños y proyectos y nos enseñe a vivir la vida en clave de amor.
¡Feliz Día de la Mujer!

2020

2020 se acaba y parece que todos respiremos… Dentro de unas horas estrenamos año: 2021. Y lo hacemos deseando que sea diferente, que realmente sea nuevo, que traiga con él el olvido de lo vivido, que borre las experiencias negativas, que venga lleno de salud.

Despedimos a 2020. Y me gustaría rescatar de él las experiencias positivas, lo que nos ha fortalecido, también la vulnerabilidad y fragilidad que en él hemos descubierto.
Sí, 2020 puede ser un aprendizaje y un hacernos caer en la cuenta de cuánto nos necesitamos unos a otros, de que somos seres en relación, de que la vida tiene sentido si la vivimos en comunión.
A mi, 2020 me ha ayudado a valorar el sentido de la fraternidad, a fortalecer la esperanza,  a consolidar mi fidelidad; me ha hecho caer en la cuenta de mi pequeñez y fragilidad, de la vulnerabilidad de tantas personas, de la fugacidad de la vida…
2020 me ha enseñado a vivir más pendiente de mi prójimo, más preocupada por sus necesidades, más cercana a sus debilidades… Ha avivado en mí la ternura, la compasión y la comprensión. Me ha hecho despertar a la necesidad que tenemos de sentirnos abrazados, de apoyar nuestra cabeza en un hombro amigo, de arroparnos en el calor del hogar (de la familia, de la comunidad).
2020 nos ha mostrado como una partícula invisible puede paralizar el mundo y sumirlo en la oscuridad. Pero ¡cuánto más poder tiene de movilizarlo la grandeza del amor que Dios nos tiene que cada día nos regala un nuevo amanecer…!
Acojamos al 2021 dejando que las enseñanzas del 2020 nos ayuden a humanizar nuestra cotidianeidad.
¡Feliz Año Nuevo!

Navidad con hondura

Dicen que la Navidad de este año será diferente, que no pueden haber reuniones familiares numerosas, ni celebraciones especiales, ni fiestas nocturnas… y tal vez ni Misa de Gallo ni campanadas de Año Nuevo, ni la noche mágica de Reyes.

Creo que puede ser una ocasión y una oportunidad para volver a lo fundamental, a lo esencial, y para celebrar lo que realmente significan estas fiestas y que, últimamente, para algunos, quizás, ha quedado un tanto relegado y/o desplazado: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, la manifestación suprema del amor de Dios hacia cada uno de nosotros, la expresión máxima de la ternura al contemplar la omnisciencia de la divinidad en la fragilidad y vulnerabilidad de un recién nacido…
Celebrar la Navidad es hacer memoria agradecida al recordar que Jesús vino a compartir su vida con nosotros. Vino y se quedó: se quedó en los sencillos, los pequeños, los humildes… se quedó en los pobres de espíritu. Se quedó, permanece entre nosotros, camina al paso de nuestro andar a veces distraído y nos invita a descubrirle en tantas vidas ‘apagadas’ por los ruidos de músicas estridentes, por las luces intermitentes, por miradas indiferentes, por prisas indefinidas…
Jesús se hace presente estas navidades (y las anteriores y las futuras) en aquellos que vienen de lejos dejando atrás un presente sin futuro, en los que cada día luchan por sobrevivir y/o vivir eclipsando el dolor de pérdidas inexplicables, en aquellos que han perdido el trabajo y con ello la dignidad de traer cada día el pan a la mesa, en los que se arriesgan entre las marejadas subidos a una patera o un cayuco sin un horizonte o un rumbo fijo, en los que viven a nuestro lado compartiendo su día a día con nosotros y cuyas heridas y/o alegrías tal vez nos pasan desapercibidas… Se hace presente con maneras y formas inexplicables, como ocurrió en la primera Navidad: ¡¿quién iba a pensar que la grandeza de Dios podría sumergirse en la pequeñez de un recién nacido?!
Aprovechemos este año menos bullicioso, menos concurrido, más recogido, la oportunidad de recuperar el sentido más hondo de la Navidad, aquel que nos conecta con nuestro yo más profundo y nos impulsa a correr hacia el pesebre donde yace un pequeño envuelto en pañales extendiendo su mano para ‘tocar’ nuestro corazón y volver nuestra mirada hacia la hondura del alma; aquel que nos lanza hacia la fragilidad y vulnerabilidad de nuestros contemporáneos donde alguien nos tiende la mano y nos pide descansar en nuestro regazo, apoyarse en nuestro hombro, acunarse en nuestros brazos.
Quizás sean estas Navidades la oportunidad para restañar heridas, para restaurar debilidades, para renovar nuestros compromisos con nuestra familia, nuestra comunidad, nuestros amigos, vecinos, conocidos y desconocidos.
Quizás sean estos días la ocasión para descubrirnos sumergidos entre las pajas de un pesebre dando cobijo al Dios con nosotros, al Dios que cada ser humano alberga en su corazón.
¡Feliz Navidad!

En Ti, María

En Ti, María, se desborda el inmenso amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas.
En Ti, María, el misterio inefable e insondable de Dios se hace presencia latente y palpable.
En Ti, María, podemos contemplar la exuberancia de un Dios que se ha fijado en tu pequeñez y ha querido enaltecerte y ensalzarte.

En Ti, María, la vida se hace oración: esperanza confiada en un Dios para el que todo es posible; fe abandonada en un Dios que sabe lo que cada uno necesitamos; amor inapelable de Dios hacia cada uno de los pequeños de la historia.
En Ti, María, Dios sale a nuestro encuentro transitando nuestros caminos polvorientos; su misericordia se vuelve abrazo y caricia; su compasión se torna ternura y paciencia.
En Ti, María, Dios se hace uno con nosotros y Tu nos invitas a caminar tras sus huellas. En Ti encontramos la fortaleza para avanzar en nuestro camino de seguimiento de Jesús, siendo Esclavas tuyas desde la libertad de querer ser para El.
En Ti, María, podemos gestar un mundo nuevo de esperanza y de paz…