Parece una rama de un árbol florida, aunque hay quien al mirarla de lejos ve un bastón de mando; pero no es más que una vara de apoyo, donde descansar de la dura fatiga, apoyarse en los momentos de cansancio, impulsarse para continuar el camino…
Así quiero ver el día a día de José caminando por las calles de Nazaret, o recorriendo el camino hacia Belén, Jerusalén, Egipto, con una mayor responsabilidad de la que él se sentía capaz de sobrellevar… Siempre apoyándose en esa vara con la firmeza de quien se sabe tremendamente frágil y necesitado, con la confianza puesta únicamente en Aquel que le confió ese cayado para ser el guía de quien es el mismo Camino, con la esperanza de quien solo puede esperar…
¡Qué paradojas tan grandes las que tuvo que vivir este gran hombre, modelo de fe, de confianza, de abandono!
Una vara florida de campesino, un cayado rudo de pastor, un bastón sólido de peregrino… quizás fuera la única posesión de José, pues lo que a lo largo de la historia le ha caracterizado.
Fue un campesino, un hombre sencillo del campo que trabajaba de sol a sol, que conocía el rigor de los largos días de trabajo sin descanso, que apreciaba el trabajo bien hecho, que entregaba su vida en el cotidiano día a día.
Fue un pastor. Tuvo sobre sus hombros la gran responsabilidad de guiar, orientar y acompañar los primeros pasos de Jesús; de acoger, guardar y meditar el misterio de la divinidad, encerrado en las entrañas de María.
Fue un peregrino. Peregrino por los caminos de la historia: Nazaret, Belén, Jerusalén, Egipto… Peregrino por los senderos de la fe, el abandono y la confianza. Peregrino por las rutas de la escucha, la acogida, la confianza.
Campesino, pastor o peregrino… no sé bien quien eres. Pero sí que te sostiene el Amor misericordioso de Dios en quien te has abandonado, de quien te has fiado, en quien has esperado. Creo que esa fue tu vara, tu cayado, tu bastón: el Amor a la voluntad de Quien en tí se fijó.